martes, 18 de septiembre de 2012

Se han apagado las estrellas


 

Ayer terminó la temporada de cine de verano.  Como miembro de esa cofradía del jazmín y la dama de noche, una cierta desazón ocupa mi ánimo. Se nos va el verano, y las noches estrelladas envueltas en celuloide. La brisa refrescante en el fuego del estío, la caricia de la albahaca  mientras Gary Cooper, que estás en los cielos, liquida al último pistolero retrasado.

El verano nos ha cercado y nos hemos defendido.  En el solar encalado y alborotado de plantas de olor, en el patio vecinal lujuriado de geranios, hemos degustado los perfiles de la comedia romántica, del thriller negro o la épica inquieta del far west.

Con la cerveza helada, desenvolvía cada noche mi proletario bocadillo, mientras Woody Allen nos sonaba en una amargura anarcoide.  He visto una fina lluvia de estrellas alrededor del día de Santiago o la estela luminosa del avión con rumbo desconocido hacía el África o la aventura.

El trono enlutado de la noche inmensa, un viento de aromas íntimos y sutiles y la estola de las madrugadas, muy cercanas. Rebosante, tan sólo de dulzuras, veía desfilar las calles de Roma, del Nepal o recreaba la muerte de Manolete con los altramuces helados.

Hay aún jazmín en los solares, pero está noche se llenará de soledad. Perfumará una creciente luna, reflejo de otras lunas plenas de calor y verano.

Los cordobeses sufrimos y gozamos el verano.  Después de la siesta, del baño en la azotea de la luz, los dompedros nos enamoran en la tarde.  Y cuando el mercurio ya ha rebosado, dirigimos nuestros cuerpos de llama nocturna a una cultura de la imagen, domesticada y vecinal, y hacemos nuestras bodas con la naturaleza del albero regado y la penumbra gozosa de besos furtivos, de vuelo de palomas cerca de la sombra fría.

En cierta ocasión comprobé como al gran Scott Fitzgerald también le desazonaba el final del verano, como quería aprovechar las últimas tardes de septiembre en Long Island como el licor de una copa que se rompe.

En está cálida ruina del estío, ya aparecen los primeros membrillos en los mercados, los cines de verano, agobiados por la apertura de las aulas, echan su momentáneo cerrojo, y a todos los cofrades de las pipas con sal y las zapatillas en chanclas se nos queda una dulce saudade, de las verdes penumbras, navegantes en la noche estrellada.

Pero un rumor secreto, nos dice que después del frio, de las rosas de mayo y de los claveles, cuando San Juan nos traiga los primeros albaricoques, en una cartelera, sobre el rumor de una fuente, reinará de nuevo el tecnicolor.

 

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