martes, 18 de septiembre de 2012

Carrillankano


 

 

Nunca me han gustado las personas fumadoras.  Quizás por eso, siempre le he tenido una cierta distancia.

Fui militante clandestino del PCE en los últimos años 60 y primeros 70 del pasado siglo.  Había un tic. Cualquier discusión, cualquier debate, se cerraba con el consabido: “Lo ha dicho Santiago”.  Era la ortodoxia y también me molestaba. Luego fue la heterodoxia. Y entonces no me molestó sino su proximidad al PSOE.

Aquel tropezar continuo con el dogma –no era culpa suya- no lo hizo santo de mi devoción. Veía la alabada transición como un fraude y aquel baño de realismo político hirió mis numerosas neuronas utopistas. Tuvimos que tragar la monarquía, la bandera, la impunidad del franquismo y el Pacto de la Moncloa. Lo habían dicho “Santiago y el Comité Central”. Su figura se me hizo casi odiosa.

 Me reconcilió con el su actitud en el 23-F. Uno de los tres políticos que no se fueron al suelo. La dignidad frente a la pistola y el tricornio. En mi entorno, sabiamente, se humanizaban a las grandes figuras. Se les hacía cercanas por la forma de llamarles. Tras el 23 F, oí a mi amigo Manolo Alcalá decir: “Que par de huevos le ha echado el Carrillankano”.  Desde entonces, Santiago pasó a ser para mi eso: Carrillankano.

Se pasó tres pueblos con aquello de “pasarse por la entrepierna los acuerdos del Comité Central”, pero estaba y estará su lucidez.  Creo, que en términos políticos, y a sus 97 años, Santiago era la mente más preclara de nuestro (desgraciado) panorama político.

Santiago se ha ido casi centenario y su muerte biológica está en lo natural, pero nos quedamos huérfanos de su inteligencia, de su pensamiento –aun discrepando- y de su sentido de la dignidad política, tan ausente en la mayoría viva.

Lo decían los romanos a sus próceres y nadie lo ha mejorado dos mil quinientos años después: “Que la muerte te sea leve, Santiago”.

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