Disculpe el señor, pero los pobres están ya en todas partes.
La miseria humana, generada desde los escaños parlamentarios, las guerras por petróleo
o por ego, ha producido millones de multitudes, tan hambrientas de alimento
como de libertades.
Anegan ya las fronteras con concertinas de los países regidos
por el fascio, las inmensas cárceles al aire libre y helado de los inviernos,
se multiplican de forma ciega en los umbrales del confort de la sociedad de
consumo y quieren calefacciones y frigoríficos.
Crecen en las escalinatas de los templos de cualquier clase
de dios, cruzan desiertos y selvas, se entregan a las mafias de la patera,
mueren por millares en viajes suicidas. En el silencio de la noche de
Occidente, bajo las estrellas, se oye su lamento. Los mares son fosas comunes
de niños, embarazadas y estertores de que gentes que huyen de la guerra, del
terror de las bombas de racimo.
“No piden limosnas, no...
ni venden alfombras de lana,
tampoco elefantes de ébano.
Son pobres que no tienen nada de nada.”
Disculpe el señor, a las fronteras del estómago lleno, llega
ya el olor de la paja humeante de los bidones en la nieve. La miseria humana
constituye un mar que va cubriendo la mayor parte del planeta, pero las
conciencias no se remojan, pero al otro lado de las hirientes concertinas, hay
campos de golf, donde los exquisitos demócratas de la moqueta, teorizan, en
mesas redondas y tertulias a la violeta, sobre la muerte de Carlos Marx. Son
tan amantes de la democracia como del paté a las finas hierbas.
Las iglesias, dan cínicas encíclicas sobre el amor al
prójimo desde sus vellocinos de oro, desde los mejores cuadros que ha producido
esta civilización de hipócritas, pero el fermento del hambre, el frío y el
miedo puede acabar con todas. Sus alaridos traspasan ya los llamados “valores
culturales” y a las reservas estético-morales de los intelectuales con los pies
calientes, formados por la derecha al amparo de los Bancos, todavía no les ha ha
llegado el terror.
Que llegará. Y arrasará. Y las democracias de praliné
quedaran hechas una mierda.
“Disculpe el señor,
se nos llenó de pobres el recibidor
y no paran de llegar,
desde la retaguardia, por tierra y por mar.”
Disculpe el señor, pero no hay forma de calmar a los pobres,
producto de sus guerras, de sus bombardeos, de su elevada renta per cápita, esa
marea está golpeando sus puertas, su confort y sus cuentas corrientes.
Todas sus horas están contadas. Disculpe el señor.