miércoles, 16 de mayo de 2012

Tiempo de ruido y soledad (Final alternativo a la novela del mismo nombre de Felipe Alcaraz)


Rodrigo Rato abrió la puerta a la oscuridad no demasiado fría del amanecer. Cerró a sus espaldas e hizo un balance de urgencia. Había sido un año convulso. Pero ahora era el Presidente de Gobierno como cabeza de lista del Partido Socialista Obrero Español. Aspiró el aire, captando el soplo fresco y perfumado de las hojas de un otoño, que caía para todos. El bosque del complejo de La Moncloa, se abría, al fin, a sus pies.  Avanzó entre abetos, mirtos y parterres de rosales.

El viento movía aún los carteles,  mal despegados, de la última contienda electoral.  Los que mostraban el rosto, casi de obispo melancólico, de José Bono, el candidato del Partido Popular, la apuesta de última de hora de la derecha española por un “gobierno de concentración de voluntades”  que parecía ser  arrastrado por un viento de derrota inapelable.

Rosa Aguilar, amiga personal de Bono, candidata de la derecha en Andalucía, repasaba, desde la derrota, su trayectoria personal y política de los últimos cinco años. Tres partidos, dos derrotas electorales y ahora era una simple diputada, inmolada en el vacío, cansada, y sola de vida y apoyos.

Ramón Tamames, el ex presidente del gobierno de tecnócratas que incluyó a Miguel Boyer, Solbes  y Luis de Guindos, impuestos por la Unión Europea, o sus banqueros, que había gobernado en los últimos seis meses, había sufrido un duro varapalo.  “Estamos peor que muertos”, le dijo Elena Salgado, número dos por Madrid de su candidatura,  de sospechosa financiación.

El otoño había dejado un reguero de cadáveres políticos. Rajoy, Rubalcaba,  Werts, Elena Valenciano, Montoro, Griñan, Lanzagorta… se retiraban de la política con el aroma de un juguete, de un aparato roto a sus espaldas. La sociedad de “los mercados” había convertido a la política en un espectáculo  y a los ciudadanos en meros consumidores de la telebasura que generaba.

Ante la mirada atónita del Consejo de RTVE, el líder del  principal partido de la oposición, Alberto Garzón Espinosa, 24 años, que había viajado en metro hasta los estudios desde una asamblea del 15-M en la Puerta del Sol, comenzaba a dirigirse a sus votantes, los que le habían hecho rozar, a sólo un 3  % del candidato mas votado, poder gobernar un país exhausto, pobre y zarandeado por la pobreza, la especulación y los mercados.  Después de atravesar el caos de la ciudad, aquella fragancia de setas, musgo y hojas húmedas del otoño, le recordaron a los jazmines en biznaga de su Málaga natal.

No comenzaba el otoño sino una nueva edad. Rato, transfugante, era un sospecho y convencional ganador. El icono de  lo viejo. Quien iba a gobernar era lo transversal, lo directo, la indignación: la calle. Alberto lo sabía.


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