domingo, 11 de diciembre de 2011

Madurez


Decía Manuel Vicent que a esta altura de la vida, de la mía, uno ya sólo aspira a ser decente y a estar delgado.
Y para lograr ambas cosas se tienen que hacer duros esfuerzos. Viene la Navidad y, a pesar de que todas las doctrinas han pasado, la cultura del azúcar, en forma de mazapán y turrón, te tiraniza. La inmoralidad, pública y privada, sea Navidad o Cuaresma, nos convierte en islas. Todos los imperios han caído, menos el de los mangantes, materializados en banqueros, políticos, o ambas cosas a la vez. Nos queda la ascética, como un ideal. Pero ellos tienen la tele basura, y la política basura, y la basura misma, como elementos de su poder.
La juventud ha huido hacia otras playas, hacía otros cuerpos y nosotros vivimos de la memoria. La histórica, la memoria, está secuestrada por los que mandaban antes y mandan ahora; los impulsos y los ideales, ahogados; sólo nos queda que el Barça le gane al Madrid, -que le gana- y el aceite de oliva.
Las teorías políticas, creencias religiosas, convicciones morales y disquisiciones filosóficas están en almoneda. No hay más valor que el dinero, el que ganas o el que te pagan, y el mundo se cae a pedazos. El futuro ya no existe, las ideologías han desaparecido, todo lo deciden las agencias de ranting y las primas de riesgo.
En medio del caos solo unos pocos valores permanecen: cultivar la amistad, amar a los que te quieren, ser decente, gastar poco y degustar un medio de moriles. Cuando ya desesperas de encontrar un político honrado, en la taberna de la Beatilla, de Córdoba, todavía ponen unos imperiales boquerones en vinagre. ¡Que te cagas!
Hoy, la suerte y la desdicha de las personas y de los pueblos, se decide en un despacho enmoquetado con grandes vistas a la City o el Empire State, y el valor de una molécula de justicia social vale tanto como el brillo de una patata.
Para defenderse sólo está la austeridad, un baluarte para mearse con elegancia en esta estirpe de gorrinos o débiles mentales.
No hay que desear nada más que calentarse al sol. Y no engordar.

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