miércoles, 19 de diciembre de 2012

La ciudad inertemente mafiada


 

Aquella ciudad al Sur de Europa y de los estómagos agradecidos vivía poblada por la indolencia, la mediocridad y la miseria de las mentes.  Una directa emanación de su idiosincrasia habían  sido los treinta años de control sacramental por un clérigo orondo, que había corrompido y comprado todo: voluntades, cargos, políticos, ollas, academias y personas.

El influjo de este desarreglo había llegado a lo medular.  Un antiguo cordelillero, arquetipo de la usura, pasaba por ser su empresario más logrado. Un estajanovista del ladrillo también ascendió a los cielos crediticios de la excelencia empresarial y burbujera, y hasta un vendepavos, tapaeras de la mugre intelectiva, logró acceder al status, con cara de arcángel en las estatuas públicas.  

Y luego estaba la masa de relleno. Todas las “eminencias” literarias, artísticas, folclóricas, periodísticas, informativas, de profesiones liberales e intelectuales a la violeta (subvencionada),   estaban tocadas de la grasa del orondo cura.

La ciudad estuvo inertemente mafiada. Un día, al realizar unas obras, entre los muros de hormigón, empotrado entras las vigas, apareció un cadáver. Hormigonar el silencio.  Era la confirmación de la omertá, del pelo ondulado, de la mente sin sacudir, de aquella ciudad, desgraciada y vendida al incienso y al “pasar la mano por encima de Don Miguel”.  Una ciudad de meapilas, enchufados  y pelotas. Un  culto dual a la personalidad y a la estulticia.

Los vientos del neoliberalismo trajeron la ruina, completa, del “negocio” del cura, de sus monaguillos y acólitos. Pero la ciudad siguió igual de mafiada: la mugre se había enseñoreado de todo y ahora mirabas el cubo de la basura y te encontrabas desde un prejubilado del engendro hasta el primo de un enchufado, jefe de negociado en la “caja”, la cónyuge o el hijo de un alcalde  y la cucharilla de plata de una alcaldesa desnortada.

No había los suficientes perros ni gatos para comerse a tantas ratas.  La mediocridad absoluta, la corrupción absoluta, la insustancialidad absoluta, habitaban en aquel cuerpo magro  de mezquinos, ruines, alicortos, pueblerinos e intoxicados ciudadanos. La lid de aquellas fieras  y la de su “hermana la pelá”, era ningunear y arruinar a todo el que era capaz de crear, de tener opinión propia, de levantarse, críticamente,  ante la languidez de la adormecida urbe, ajada hasta sus centros medulares de inútiles mentales vestidos de gobernantes, políticos, periodistas, intelectuales de salmorejo y romería,  santones de casino y escritores de la vacuo.

Algunos perros no tenían ni rabo y todavía controlaban, pastoreaban la bondad de las opiniones o el transparente brillo de la salchicha de sus cuerpos. En esta ciudad o matadero, toda la carne está ya picada. Las amantes, los enchufados, los consortes con cargo de directoras de la mierda antigua, se han exhibido ya a pleno sol de la impudicia colectiva.

Solo una decena de lobos andan sueltos por las calles.

 

Postdata: Esta ciudad tiene nombre. Se llama “Córdoba” y es tanta la abyección que destila, que en ocasiones es conveniente intentar obviarlo.  

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