miércoles, 30 de abril de 2014

Peligro: talibanes cristianos sueltos


"El fallo fue haber respetado el edificio de la antigua Mezquita en vez de arrasarlo sin contemplaciones
El Cabildo Catedral de Córdoba cometió, hace ya tiempo, un error histórico del que nadie le ha pedido responsabilidades. Y con contumacia ha seguido durante siglos obcecado en ese error, del que en ocasiones, incluso, se ha sentido orgulloso, aunque los cordobeses y quienes nos visitan seguimos «sufriendo» sus consecuencias a diario, cada vez que nos acercamos a la Catedral, antigua Mezquita, especialmente si entramos en ella.”
Publicado en “ABC, edición de Córdoba”)

Cuando uno lee las páginas de información internacional, a menudo se asombra de las acciones, que en nombre de tal o cual fundamentalismo, radicalismo o integrismo religioso hacen violentos fanáticos de “su” verdad revelada,  en nombre de su particular mortadela de divinidad o pureza étnico-folclórica.

Cuando el debate sobre la titularidad o usurpación fraudulenta de la Mezquita de Córdoba alcanza cotas internacionales, surge por ahí –en realidad “por aquí”- alguien que entronca cenitalmente con el Tribunal del Santo Oficio, los autos de fe y el Espíritu Santo en forma de paloma.

Arrasar es la palabra. Estos herederos espirituales de Tomás de Torquemada vienen a poner, negro sobre blanco, cual es el substrato real de la polémica. Su error, histórico y tal, fue no arrasar la Mezquita y todo lo que no fuera católico, apostólico, romano, de pura raza “pata negra” papista y hoguera del fogonazo.

Fueron de “tolerantes” y ahora te sale una plataforma  que te cuestiona que si “la Santa Catedral, antes Mezquita” es tuya o se las ha robado con aznaridad y alevosía pepera a la ciudadanía indefensa.

Los “pobres” católicos sufren a diario que “su” Catedral sólo ocupe la quinta parte de un recinto declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la cantidad de crucificados, vírgenes –horrorosas, con perdón-, capillas y tumbas de prebostes, frailes y excelsos obispos que pueblan cada metro cuadrado de su santificado espacio y éter.

En el espejo cóncavo de nuestra realidad están saliendo a la luz todos, se llamen o no esperpentos, inquisidores, sátrapas o coronillas. Hay una casta de políticos ladrones y mentirosos, unos clérigos de ultratumba, ambiciosos y usureros, la “puta vida” de vicepresidentas, devoradores de yogures caducados y sobresueldos y sucesores, en línea dinástica, del Cristo del Gran Inquisidor  que tienen “la Misericordia” de no arrasarnos como Sansón a los filisteos.

En este ámbito de la historia almacenada debemos estar preparados, cualquier día, cualquier iluminado de santa ira, recién comulgado, te coge una tea y arrasa no sólo con lo mucho de Mezquita que hay en “su” Catedral sino con cualquiera que no rece el Credo. El suyo.

Peligro ciudadanos: han soltado –a la vez- a los talibanes, los tontos y los hijos de puta.





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