viernes, 27 de julio de 2012

¡Manos arriba, esto es un atraco!


En el ojo de la lumbre del verano, en pleno derrumbe por la incompetencia pepera, con las carnes derretidas a recortes, se nos abre, con lucidez, una sola idea: ¡Nos atracan!

No se trata ya de la crisis económica, ni de la prima (de riesgo),  ni de la tía (alemana), es que el Gobierno, los bancos, el capitalismo, nos atraca.  Todo el teatro de marionetas de la crisis es una sola cosa: una transferencia de las rentas del trabajo y de las clases populares a las rentas del capital.

La historia ominosa de los últimos cinco años es la historia de un robo. Continuado, pantanoso y desgarrado. Un robo a la ciudadanía para salvar a sus bancos, a sus despilfarradoras cajas de ahorro, a sus multimillonarias pensiones de jubilación, a sus mansiones, a sus amantes de lujo  y a sus yates.

Una película de terror con sus políticos comprados, sus decretos revestidos de falsos bienes  patrios, de falsa necesidad y de falsa irremediabilidad. Nos roban a manos llenas, a recortes llenos y a desvergüenza llena.  Nos dejan sin educación y sin sanidad para imponer su educación (mala) y su sanidad (costosa) privadas. Nos llevan al despido masivo de funcionarios, al exterminio de derechos laborales y a convertir a las farmacias en boutiques de lujo para rellenar sus agujeros negros, sus burbujas especulativas y sus créditos blandos.

No puede tomarse por casualidad. Son unos ladrones. De vidas, haciendas y leyes.  Nos imponen una abdicación extraordinaria para mantener sus estándares de vida, su opulento protagonismo, su complicidad con el gran capitalismo del gran atraco, su desmesurada colecta de beneficios.

La envergadura del latrocinio es inabordable. Es casi blasfemo. Por robar, nos han robado hasta los parlamentos y los votos, el derecho de manifestación y de información, de huelga y de reunión. Una altanera destemplanza que lleva a sus medios cavernícolas a ignorar en sus portadas las mayores manifestaciones de la historia.

A partir de aquí se comprende que sus jornaleros en  forma de diputados de pacotilla, aplaudan los atracos en sus parlamentos de pacotilla, en sus leyes de pacotilla, en su efímera realidad de pacotilla.  Y hasta nos envían a jodernos.

Sanguinariamente robados, arteramente atracados, malévolamente esquilmados no deberíamos dejar de gritar: ¡Manos arriba, esto es atraco!

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