viernes, 7 de febrero de 2014

Impunidad


No sólo era el robo refinado de los caudales públicos. No sólo era la asociación de malhechores en forma de partido político. No sólo era el secuestro de las libertades y el desprecio del bien común.

Era la atmósfera, circundida y marcada, estructurada y voluble, de impunidad. Era el abuso del aparato del Estado, la linde rota de la Justicia, el tejido desinflado de la voluntad popular. Eran los repugnantes ladrones del podio, la tribuna y la palabra.

¿Quedaría aire no contaminado en aquel país del atraco desde la donación interesada, de la comisión criminal, del fiscal vendido, de la hipócrita conceptualización de la noticia y del olor a pescado podrido de las tribunas?

Ontológicamente corruptos, corresponsablemente corruptos, asquerosamente corruptos. El presidente era corrupto, el juez era corrupto, el fiscal era corrupto, la infanta era corrupta, el rey era corrupto, el supremo era corrupto, la política era corrupta, la mentira era corrupta. El coñac de las botellas, disfrazado de noviembre, era corrupto.

Olían a podrido las calles, los ayuntamientos, los pueblos, los barrios, las ciudades y el coño de la Bernarda.

Pero lo peor era la sensación de impunidad, del crimen y el robo con descaro, con insolencia, con alevosía, con defensa gratuita, degollando cualquier indicio de justicia, indiferentes al escándalo universal de sus vidas y de su cotidianidad.

En el desvarió de la razón las instrucciones de sus atracos se hacían eternas. Nadie, salvo las excepciones alevosas, iba a la cárcel o se le condenaba por nada. Todos eran honorables presuntos, distinguidos chorizos, excelentísimos ladrones. En medio del atropello caían los jueces instructores, los que habían osado escuchar las tropelías o mandar dos semanas a la cárcel a los catadores de caviar, a los embaucadores de ahorros de acciones de ancianos o inválidos preferentes.

La abyección, el disfraz de liberales, el amparo de la noche electoral o el pensamiento abominable, el secreto oficial o la prescripción amable, eran el refugio último ante la ciudadanía engañada e inerme.

¿Quedaría aire, agua, palabra, razón o derecho no contaminado en aquella zahúrda a los que los criminales llamaban “patria”?

Pero, era inútil, se alimentaban de su mierda. Impunes.

 

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