martes, 4 de febrero de 2014

Desaparece la frontera entre público y privado


En medio de una atmósfera general de cinismo, hipocresía y corrupción, de las decenas de miles de millones concedidos a la banca y a los banqueros, de las financiaciones ilegales, donaciones, sobresueldos, evasiones, facturas falsas, fiscales vendidos y medios informativos convertidos en linfocitos con urea, se produce un hecho aparentemente intrascendente, de mucho menor calado, pero revelador.

En una ciudad de provincias, una concejala de la derecha, “encargada” de la seguridad de la urbe, tiene un accidente de tráfico.

Tras el mismo se descubre que el coche accidentado forma parte del parque móvil del ayuntamiento de esa ciudad de ceniza y desgracia que gobierna su partido. El de los ex presidentes  que se compran mansiones de mil millones en Marbella. Se comprueba, también, que la concejala hace un uso indiscriminado, abusivo y privado de un bien público. Que el vehículo entra, sale y duerme en la cochera coctelera de la infrascrita.

Y no pasa nada. La edil se justifica a lo “Gran Capitán”. “Soy concejala las 24 horas del día y tengo que acudir a accidentes, alarmas, actos y representaciones”. “Así ahorro el gasto de chóferes municipales”.

Y lo más grave: “Voy a seguir usando el vehículo”.

Hemos llegado a una situación donde han desaparecido los límites entre público y privado. Entre delito y justificación. Entre mentira y verbena. Hay una intoxicación general, una disentería del expolio al dinero de todos.

Una concejala, que gana doce veces el congelado salario mínimo, que tiene dietas, bagatelas y charoles por extensión, se apropia de un vehículo municipal, lo usa sin destemplanza y sin vergüenza, tiene un accidente y nos perdona la vida: “sale más barato así”, dixit.

La susodicha es “concejala de seguridad”. No sabemos de qué y de quien, pero es para para echarse la mano a la cartera y ver si queda algo. Si fuera concejala de limpieza estaríamos podridos. De mierda.

Naufragan la sociedad, la democracia y la política. Ya no hay ni sensación de delito, ni aposento de la razón. Roban y casi no se dan cuenta.

La ciudad existe. Es la mía. O viene pronto el “diluvio” o acabamos todos más secos que la mojama.

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