sábado, 21 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad


Era un país abandonado. En otro tiempo habían proliferado los delincuentes. Se habían asaltado sus finanzas, la peste política (PP) había acabado con sus leyes progresistas y una pastelería política (PP) que se había llevado el manso, en pasta.

Un día, las puertas giratorias con parada en los consejos de administración de las compañías eléctricas, empezaron a girar como locas: en la falsa subasta, de una falsa energía, de un falso gobierno, dieron su veredicto: la luz debe subir un 11,5. Por ciento. En un trimestre.

Los consumidores, vecinos, la carne de tocino y el último unicornio se pusieron por las nubes y convocaron un apagón para una hora de un determinado día.

Llegó el día y todo se quedó a oscuras. Se apagaron los semáforos, las televisiones, el alumbrado cursi pepi de la cursi pepi Navidad, los ascensores no funcionaban, ni los móviles, ni los ordenadores, ni las redes sociales y empezó a hacer mucho frío, sin calefacción y sin el discurso ñoño y elefantero del rey rijoso y corrupto.

Pasó la hora convenida y todo seguía oscuro, frío, apagado, las calles deshabitadas y los metros sin funcionar. No se oían la radio ni las tertulias. Ni a los obispos ni a las avispas. Las cafeterías del Parlamento deshabitadas. Nadie había podido calentar las tostadas y el café a 0,85. El par.

La energía había caído en un pozo del que no podía salir.  Y el primer día, con todo el mundo asustado, fue muy duro.  A los seis millones de parados les daba igual, no tenían que ir a trabajar y a una diputada hortera y deslenguada, tampoco. El viento derribaba anaqueles y el asfalto se comía a los perros de la soledad.

El país estaba apagado y lleno de telarañas. Los fanáticos, los místicos, los cínicos y los marhuendas no tenían nada que hacer. Nadie los oía, nadie podía oírlos.

Y los ciudadanos, sin darse cuenta, empezaron a ser felices. Se calentaban subiendo escaleras o haciendo el amor, comían frutas o verduras sin cocinar. Y a cambio no había telediarios. Se acostaban y se levantaban temprano.  No tenían que ver “Sálvame” ni a Juan Imedio.

A las esferas se les habían caído las agujas, el sol calentaba y el mar arrullaba.

Ellos lo ignoraban pero se había salvado. Habían vencido a la peste y a los políticos. (PP)

¡Gloria a Aznar en las alturas (muy altas, muy altas, y con soga) y paz en la tierra a los hombres sin marhuendas y rajoys!

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