Normalmente, un 17 de marzo, hubiera sido un día luminoso,
casi cálido, el campo olería a jara y los azahares apuntarían ya en las calles
pobladas de naranjos.
Pero llovía. Y hacía frío. Pero la mañana nos quemaba con sus llamas de
indignación. Las calles, la plaza de
inicio, eran un rumor de paraguas y de manos endurecidas por el trabajo y el
tiempo.
Estaban allí. Otra vez. Habían estado siempre que había que
estarlo. Cuando las grises porras de los grises tiempos, de los grises
gobiernos de la dictadura y el hambre.
Sentíamos los latidos de la libertad y la razón, oprimidos,
ateridos por el frio mañanero y el desgarro de los gobiernos. Nos unía la lluvia
con sus lágrimas de hambre. Y las voces quebradas. Y los gritos del recuerdo.
Era la generación de la lucha. La misma que trajo una
ingenua creencia de democracia, una constitución rota y fallida, una esperanza
quebrada con aumentos del 0,25 %. No temblaban las estrellas en aquel cielo
plomizo, sin nubes brillantes y con el crujido de los pasos del podrido
ambiente.
Los huesos, molidos por el trabajo, o los palos, soportaban
pancartas: ¡Si votas ladrones, te roban las pensiones! Monotonía en los voceros
oficiales. Las mismas mentiras de siempre. La eterna, insondable, mentira de su
razón de ser.
“La vida es bella como un camino en el mar”. Septuagenarios,
ciegos de miseria, bendecida por la “carta oficial”, ponían su alma de lucha. A
la calle. A las ciudades. Y los dioses
jóvenes de la ingratitud y la impostura les segaban la voz en sus telediarios
de mierda.
Los pequeños y grandes cancilleres del país se ausentaban.
Hacían esquí en las estaciones de montaña ajenas a la solidaridad estatal y
constitucional.
Un fascismo medular reinaba. En las coronas y en los
parlamentos. En los partidos de la mayoría y en el Ibex-35. “La vida es bella con sueldos de diputado y
dietas”, una Geometría Descriptiva del hambre de viudas y pensiones mínimas.
Ni siquiera escalofríos. “Son viejos”, “Se morirán pronto”.
Y ya no se manifestaran. Las artritis, las medicinas no compradas, la corteza
carnal de sus cuerpos de tres generaciones de hambre, represión y piojos, los
silenciaran ante la tumba.
Llegaran nuevas cartas de la Virgen del Rocío, pero, a su
pesar, a su mentira, crecerán nuevas violetas. De la Verdad. Como íntimos
perfumes de una generación que abrió todas las ventanas.
¡Mariano, Fátima, Dolores, Rafael… sois rastrojos que arderéis
ante nuestro ojos!