sábado, 16 de abril de 2016

La Mafia



La Mafia



Un gallego con tirantes los puso en marcha. Organizar, universalizar, sistematizar, acceder al poder y disfrutar de él.  El robo, el cobro sistémico de la comisión, de la donación electoral o no, favorecer a los poderosos para que ellos los favorezcan. Cambiar el Urbanismo y sus Planes. Recalificar. Reconvertir. Hacer de oro al cemento.

Había ancestros. Los Borgía, la Oprobiosa, sus generales, sus ministros, sus curas… Un universo de mordidas y estocadas, pero en realidad tenían muy poco misterio.  Por otra parte el hacha del verdugo o el pelotón de fusilamiento a los órdenes del “secretario general” de una cosa que se movía eran demasiado rudimentarios, si se comparan con el sacramento del  Boletín Oficial con la subvención oculta.  Todos tenían madera de delincuentes profesionales pero se presentaban como partido de “centro-derecha”. 

Usaban corbatas verdes y se peinaban con gomina. Jugaban al pádel y sus esposas presidian mesas de la Cruz Roja. 

En Sicilia la mafia agraria cometía crímenes envueltos en un silencio compacto, bajo el perfume que dejaba en las jaras ensangrentadas la pólvora de la escopeta de Salvatore Giuliano.

No era el caso. Se asociaban en tramas, contaban billetes de seis en seis y acudían, todos juntos, a bodas de postín  en Reales Sitios, donde no sonaban las tarantelas y se paseaban los bigotes.

Hablaban, con la boca llena, de comisiones, de la “Patria” del “Estado” y de su “Sentido”.  Mientras bailaban sevillanas de academia o hacían negocios en “el Palco”. En Chicago los hubieran llenado de plomo en un garaje o en Siracusa los habrán colgado de un puente mientras sonaba  un aria de la Traviata. 

Aquí no, los hacían ministros y ministras sin preocuparse de si tenían cuentas en Jersey o eran unos visionarios del “General” con el brazo el alto.

Todo empezó con un embajador en Londres que arrancaba teléfonos de cuajo y terminó –de momento- con el gestor del 50 % del PIB diciendo cuatro mentiras en rueda de prensa, en tres días.
  
Hoy tienen a cinco tesoreros encausados, 300 cargos públicos imputados y ningún juez ha 
promovido todavía un ilícito por “asociación criminal y organizada para delinquir”. 

Los tenemos ahí: en el Ayuntamiento, en el Gobierno de su Autonomía y en de la Nación. Se reúnen en Consejo de Ministros y tienen una nómina de tertulianos que los defiende hasta el ridículo en “sus” medios desinformativos.  Bajo las inciertas estrellas mesetarias o tras el saqueo hasta las raspas del  Mediterráneo, se reparten sus ganancias y cuentan sus votos comprados a la idiocia.
En las leyes de aquel país se consumó una revolución: el robo y la mentira  fueron instituidos como materia sagrada. Había una prima por votarlos. 

Todos sentíamos un perfume embriagador.

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