miércoles, 8 de octubre de 2014

Todos somos Excalibur





Excalibur  ha sido la tercera víctima.  Todos somos Excalibur. Todos somos perros.  Si, las “autoridades sanitarias”, que no habían desinfectado nada, ni la casa, ni las escaleras, ni la ambulancia, ni la habitación donde se atendió a una enferma de Ébola, han “desinfectado” al perro. En primer lugar.

Tendrían que desinfectarnos, con gases exterminadores, de los políticos, de las administraciones y de los sistemas económico-financieros-laboratorios-multinacionales que han hecho posible el Ébola. Que hacen posible esa terrible realidad que se llama “África”. Pero no, nos han desinfectado de Excalibur.

Su lamido era un beso al sentimiento, su familia era la fidelidad, sus ojos dos preguntas húmedas sobre la humanidad. Las “autoridades sanitarias”, las que recetan paracetamol para una enfermedad sin antídoto han declarado que era un “peligro para la salud pública”. ¿Han examinado acaso a Blesa? ¿Han hecho algún test a la ministra?

La salud pública lleva años en grave peligro. De extinción. De privatización. De cuervos y amiguetes prestos al chollo estatal.  El ministerio de la ministra nos lleva inoculando el virus del recorte, del copago, de la ineptitud extrema. Una emergencia infecciosa de nivel 4. Pero no, es más fácil, matar, asesinar a Excalibur.  

La “autoridad sanitaria” vela por un bien público: la salud; pero su país, su sistema, sus actores de escarnio y vergüenza, nos infectan con su incapacidad, con su ignorancia, con su insensibilidad con los ancianos, con los niños en el fondo del umbral de la pobreza, con los dependientes abandonados a su muerte y a su suerte.

¿Porque no se puede poner a un perro en cuarentena? ¿Porqué es muy costoso? Pero, ese conjunto de huesos, rabo y eterno amor, ¿no es más noble que otros perros –y perras- que andan erguidos y creyéndose que dan ruedas de prensa?

Quizás, en el fondo, para estos exterminadores de lo público, todos, no seamos nada más que un número, un perro sarnoso e infectado, que duerme acurrucado en el sofá de la vida y que en un momento determinado puede ser arrebatado de su hogar con sus húmedos ojos de inocente, limpios de opinión.

¡Dulce Excalibur de mirada buena, muerto en el ara de la incompetencia, perdónalos, porque no saben lo que hacen! ¡Ni nunca lo sabrán!

Todos somos Excalibur. Todos somos perros. Y algunos, lobos.




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