jueves, 2 de octubre de 2014

Compañero del alma... compañero




Anoche acudí a un apoteósico concierto de Silvia Pérez Cruz y Raül Fernández Miró que se celebró en el Teatro Góngora de Córdoba dentro de los actos de Cosmopoética. Mi compañera y amiga, Marta Jiménez, ha hecho en “Cordópolis” una magnifica crónica, cuya lectura recomiendo.

En medio del manicomio en que se convirtió el patio de butacas al final de concierto, yo trataba de quedarme con lo mejor del mismo y aunque fue sólo la cuarta de sus actuaciones me quedo con la versión de la “Elegía a Ramón Sitjé” de Miguel Hernández, con una vibrante modulación de las estrofas –dolientes, arrebatadas, esperanzadas…-que la cantante catalana nos regaló a los asistentes.

Me vino al recuerdo y a la memoria un momento de mi vida, también vibrante, que relato a continuación.

“Pre-Navidad de 1975. Los trabajadores de una empresa multinacional norteamericana (1300) llegan al final de un proceso de asambleas y debates sobre la situación de miseria de sus retribuciones, inferiores a las de cualquier empresa acogida al modesto Convenio Provincial del Metal .

Deciden encerrarse en las instalaciones de la fábrica a pesar del duro invierno y de la proximidad de las festividades. Fue el primero de otros muchos encierros laborales en la ciudad pero este fue el pionero.

La mayoría de los encerrados, o todos los que pueden, se refugian en el viejo comedor laboral de la empresa, buscando el calor humano, entre una atmósfera supercargada de humos industriales y de tabaco.

Es la alta madrugada. Entretiene la espera con intervenciones oratorias asamblearias y cuando estas se agotan se recurre, en un pequeño estrado, a contar chistes, cantar o hacer “alguna gracia”.

Siempre he sido un tímido innato. Tenía pavor a lo que luego se llamó “miedo escénico” y temía que me reclamaran para algo. Cosa que así ocurre. Con gritos a coro piden “Que cante, que cante”. Entre temblores y sudores digo que “yo no sé cantar, ni contar chistes, así que voy a recitar algo”. Mi propuesta es acogida entre risas.

La sangre se me va de la cara cuando acometo la “Elegía a Ramón Sitje”. Van las primeras estrofas y noto algo. La gente se calla. Se reducen todos los murmullos. De pronto noto un espeso silencio. Se advierte en el aire.

No me he dado cuenta pero ya no tiemblo al hablar. Tengo el puño izquierdo cerrado con fuerza y levantado.

             “No perdono a la muerte enamorada,
 no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.”

Inadvertidamente busco el fondo de la estancia y veo a gente ruda, vestida con monos azules manchados de grasa, con gruesas botas protegidas, con alguna lágrima en la mejilla. El mundo del trabajo ceñido en sus sienes por la poesía.

Me entran ganas de llorar… también,  pero me enervo.

Termino.

             “A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma… compañero. “

Durante unos segundos, nadie aplaude ni comenta nada. El silencio es aún más cortante.

De pronto, los compañeros de mono azul, se abrazan.
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