Conozco, por anticipado, que este post puede ser motivo de polémica. Que puede no gustar, y hasta enfadar, a personas que tengo y me tienen por amigo. Lo asumo.
Cuando hace siete años empecé a escribir e intervenir en las redes sociales y tener mi propio blog, venía del silencio forzado y mafioso que me habían impuesto los medios informativos de mi ciudad. El director de uno ellos me llego a confesar que “rebasas el límite crítico que mi periódico y esta ciudad están dispuestos a admitir”.
Empecé a escribir para poder expresar mis opiniones, contagiadas por el virus de la militancia de izquierdas, pero sin obediencias ni servidumbres a nadie, porque habiendo pagado un alto precio por ello, no las tenía.
Tengo la fortuna de haber tenido, en mi adolescencia, una reglada y metódica formación marxista. Alguien, que a pesar del tiempo transcurrido aún no puedo citar, se encargó de ello. Cuando los muchachos de mi edad leían tebeos yo leía a Hegel, Comte, Fichte, Feuerbach, Engels… y a Marx.
Soy marxista no de vocación sino de formación, algo que ha frenado mi tendencia genética a la anarquía. Mucha gente se declara marxista y no han visto, ni de lejos, un libro de Marx. Digo todo esto porque en su método de análisis de la realidad, Marx se declaró contrario a los nacionalismos. Los valoraba como un instrumento de las burguesías para desarrollar su poder y sus economías.
Esto fue rigurosamente cierto en su época y en su contexto. El feroz nacionalismo antagónico entre Francia, Alemania e Inglaterra empujó a dos guerras mundiales con el tristísimo saldo de 250 millones de muertos.
Al terminar la llamada “Segunda Guerra Mundial” –en realidad fueron sólo una- se desarrolló en todo el mundo, especialmente en Asia y África un proceso descolonizador donde, precisamente, los nacionalismos no burgueses cambiaron el mapa del mundo. India se independizó de la Gran Bretaña por un esfuerzo gigantesco de cultura e identidad, encabezado por personas como Mahatma Gandhi. China se quitó todas las influencias occidentales en los estados y ciudades de la costa, sin el menor apoyo de las llamadas burguesías, aliadas, en este caso con los intereses extranjeros.
Todos los estados de África recobraron su “nacionalidad” con un proceso similar, millones de desarrapados expulsaban al imperialismo, aliado también con las burguesías económicas locales.
Asistimos estos días a una descalificación, supuestamente ideológica, del proceso soberanista de Cataluña. Vocablos y propaganda superficial, anatemas de la derecha por el rompimiento de la “Unidad Nacional” y de la izquierda, por apriorismos de clase.
Marx, nos dio, precisamente, una herramienta para analizar la realidad: el materialismo dialéctico. ¿Es la burguesía la impulsora del llamado “proces” en Cataluña? Nada más lejos de la realidad. Los llamados “convergentes” de Pujol y Más no eran soberanistas, eran “catalanistas folclóricos”. Su soberanismo es cosa de hace tres días. Precisamente como casi única salida para tapar la corrupción generaliza y compartida que tenían con los gobiernos de Felipe González y Aznar, de rancio centralismo castellano-estepario.
He tenido la oportunidad de conocer de cerca la realidad de Cataluña. El soberanismo es, pura y simplemente, un movimiento transversal, que afecta a la mayoría de las capas sociales, culturales y económicas. Es la reafirmación de una identidad, antagónica de lo español y lo castellano desde el fondo de la Historia y del Medievo que se articula en el asocianismo: el vecinal, cultural o de ocio.
Con una visión simplista, temeraria e irresponsable, el Estado Central viene ignorando la produnda realidad de este sentimiento. “Bombardéalos cada veinte años” dijo una personalidad tenida de “izquierdas”
Las dos regiones más industrializas del país, Cataluña y Euskadi, eran –y son- lógicamente las de mayor riqueza. Euskadi se agenció, aún en el franquismo, una foralidad fiscal diferente. “Su dinero para ellos”. Cataluña no. Y de esta forma, su aportación al PIB nacional es superior a lo que recibe. Con una cierta lógica si no estuviera, como está, basada en el abuso. Los “servicios” de Cataluña están en mucho peor estado que los demás.
Por ejemplo, su parque eléctrico, su red de distribución y potencia, está obsoleto. Los transformadores, interruptores y centrales de Cataluña son antiguos y desfasados. No soportan la carga. Hace unos años hubo un apagón que duró una semana. ¡Un milagro! Un milagro que no haya uno cada mes. He trabajado cuarenta años en una empresa eléctrica y se de lo que hablo.
Millones de catalanes tienen que pagar a diario el uso de autopistas. Las concesiones administrativas son eternas, y muchos trabajadores tienen que incluir en sus gastos mensuales una cantidad para unos peajes que son prácticamente obligatorios.
Los transportes públicos en una concentración urbana como el “Gran Barcelona” de cuatro millones de habitantes son una vergüenza. Las que llaman “Rodelias”, los trenes de cercanías, tienen unos vagones, unas locomotoras, de desecho, los trenes se retrasan, se rompen, y la gente viaja hacinada, con el riesgo cierto de llegar tarde a sus trabajos.
Por comparar. He viajado de Madrid-Atocha a San Fernando de Henares, en verano, con aire acondicionado, en un tren de lujo, que a media mañana estaba vacío y que mantenía intacta su frecuencia. El agravio ofende a la vista y a las personas.
Las compañías aeronáuticas que establecen destino u origen en el aeropuerto de Barcelona, se ven obligadas a hacerlo también en Madrid, por imperativo legal. El 80 por ciento de las becas universitarias que se conceden en España son para el área de Madrid.
En definitiva, el más feroz nacionalismo, burgués y económico que hay en España, es el nacionalismo centralista madrileño. Y no lo denuncia casi nadie. Ni los sesudos izquierdistas, marxistas de pacotilla.
En ejemplo, casi folclórico, de esta realidad, que dura ya tres siglos. Me lo contaba una persona muy cercana a los hechos. El proceso de contratación del futbolista Alfredo Di Stefano por el Real Madrid. Di Stefano jugaba en un equipo de escaso nivel, el Millonarios de Bogotá. Estaba cedido hasta un treinta de junio por el equipo de su propiedad, el River Plate argentino. El Barcelona FC lo contrató negociando un traspaso con su legítimo propietario. Enterado Bernabeu, contrató al futbolista cuando faltaban cinco días para ese treinta de junio. El asunto se planteó como un pleito entre las dos entidades. Para dirimirlo, Franco convocó al famoso “diálogo en una mesa” a los dos presidentes, Martí y Bernabeu, junto a un falangista de pro y hechos, Elola Olaso. Elola llegó a la mesa. Se descolgó el pesado cinto que llevaba en la cintura y sacó un pistolón que llevaba en él y lo puso encima de la mesa. ¡Venga, a “dialogar”! Una decisión salomónica: jugaría una de cada una de las cuatro temporadas que estaba contratado en uno de los dos equipos. Empezando, naturalmente, en el Real Madrid.
Antes de que acabara esa primera temporada, Martí y Carreto (que lo había sucedido en la presidencia) comenzaron a recibir presiones en sus empresas de importación textil. En anónimos le dijeron que no iban a exportar ni un metro de tela. Ante argumentos tan “poderosos” renunciaron a sus derechos sobre el futbolista.
El símil vale para el momento actual. Elola-Rajoy invita a “negociar”, saca su pistolón (La Constitución y el TC afecto) y dice: ¿Qué negociamos? El president de turno se arruga. Viene Soraya y dice cual vaquero de saloon, “¡En veinticuatro horas tumbo lo que acordéis! ¡España y yo, somos así, catalanes!
La imagen es consecuencia de una larga deriva. La representa, mejor que nadie, Esperanza Aguirre, delante de una mesa de firmas en la Gran Vía madrileña: ¡Una firmita CONTRA los catalanes! El PP, por motivos electoristas, jugó la baza primaria de enfrentar a Cataluña con el resto de “fieles”. Les daría un puñado de votos. El monstruo creció y hemos llegado, entre la inopia y la absoluta falta de imaginación, la anulacion de un Estatut aprobado por todo el mundo, incluido el Parlamento Nacional, declarado “inconstitucional” por una peña de jueces amigos del PP cuando, por ejemplo, el Estatut valenciano era y es idéntico.
No soy catalán. Soy andaluz, y a mucha honra, que se diría en el lenguaje de la calle. Andalucía es mi patria y mi identidad. Y llevamos sufriendo el mismo o peor maltrato de la llamada pomposa y demagógica “Unidad de la Patria”. La riqueza fundamental de Andalucía es la agraria. Y el 90 por ciento de su propietarios, viven en la Gran Vía, sin dignarse pisar nunca “sus posesiones” y declarando su renta –si es que lo hacen- en la capital de “su” España.
Para nada me siento “patriota” de esta patria de señoritos engominados, con la banderita en la muñeca, que evaden sus impuestos, los ocultan en cuentas en Suiza, Jersey o Panamá y que se les enervan las venas del cuello gritando. ¡Vi-va-Es-pa-ña!
Siendo como soy, cercano a Podemos e izquierda Unida, y a pesar de ello, estoy sin ambages con el proceso soberanista de Cataluña. ¡Ya está bien de colonialismos!
¡Votaría, y votaría sí!