“La tarde huele a paja quemada y los
murciélagos bailan dentro de un vapor de oro mientras tú vas pasando las hojas
de un álbum cuyas imágenes son humo de la memoria. “ Manuel Vicent.
Érase un país gobernado por un mal actor secundario. Muchos
de sus ciudadanos eran ladrones profesionales que impulsaban una cleptocracia y
plutocracia de sociedades anónimas, bancos en quiebra y monaguillos viajeros.
La marea los había arrastrado a distintas playas, unos
robaban desde su tarjeta black y otros atemorizan a las poblaciones con su fracking
y luego cobraban 1.300 millones por adelantado por dejar el fondo marino
agujereado
Otros robaban desde el boletín oficial o con cajas en B, recibían
“donaciones” por el otorgamiento de obras públicas o hacían ERES donde
jubilaban con 30 años al novio de su portera.
Al cerrar aquel álbum de fotos se pondría pensar que la
población era muy desgraciada. Que robaban sus salarios y pensiones, les
recortaban en sanidad y educación y atracaban sus pensiones
.
Era verdad. Y los desahuciaban de sus casas para que los
bancos que habían recibido miles de ducados de ayuda pública para frenar sus
miles de agujeros negros pudieran presumir de una eficacia que nunca habían
tenido. Ni tendrían.
Casas reales, infantas con sus yernos, aristócratas, clérigos,
altos funcionarios, políticos, alcaldes, concejales… robaban con fruición y a
diario. Los jueces miraban los cadáveres del techo y para no oler la corrupción
usaban mascarilla.
De pronto apareció un flautista que encantó a aquellas
ratas. Tenía coleta y tocaba el violín además de la flauta. Las ratas quedaron
paralizadas por el miedo y corrían, insomnes, detrás del flautista.
El flautista de la coleta las llevó a un acantilado, dio un
paso al frente y todas las ratas (y ratos) cayeron al mar.
¡A galopar a galopar hasta enterrarlos en el mar!
Y colorín colorado…