(Foto de "El Arcángel" de 1.956)
Hace unos meses, un amigo, Antonio David Jiménez, me pidió una
colaboración semanal en un programa radiofónico que presenta en “Onda
Cero”. Aunque estaba muy desentrenado en estas lides del deporte, del
que fui comentarista en otro tiempo, acepté.
Ayer quise emular a Joan Manuel Serrat cuando evocaba los fantasmas
del Cine Roxy de Barcelona y trate de imaginar a los que podría haber
producido el Viejo Estadio de El Arcángel de Córdoba.
“Sepan aquellos que no estén al corriente, que el Arcángel del que
estoy hablando, fue un recinto de ilusiones que iluminó los sueños de
tres generaciones de cordobeses.
Allí se ascendió a Primera División en dos ocasiones y el equipo se clasificó quinto en una liga en División de Honor.
Allí jugaron Di Stéfano, Kubala, Peiró, Collar, Cruyff y Gento. Los
niños del Cola-Cao coleccionamos cromos de genios que, después, veíamos
chutar en la portería del Gol Norte donde se ubicaba la mítica “General
de Píe”
Allí jugaron el Eldense y el Real Madrid, el Ceuta y el Zaragoza, de
los “Cincos Magníficos” y pitaron Villena, Cotanda, Zariquiequi y
Gardeazabal, Araujo se proclamó “Pichichi” de Segunda y Sánchez-Rojas
el “rey de la Palomita”. Y de nuestra cantera salieron jugadores como Tejada, Manolín Cuesta, el "Cone" Jaén o Escalante.
Ganamos, perdimos, nos atracaron, ascendimos y bajamos de categoría.
El Arcángel quiso semejarse en su arquitectura original a un cortijo
andaluz y su torreta del Gol Sur, antes de que se edificara la grada,
era de lo más elegante que había en un campo de fútbol.
La corta visera de la Tribuna era la envidia de los niños que nos
mojábamos con la lluvia de noviembre, cuando el marroquí Riaji nos
ilusionaba con su magia.
Era, fue, un estadio para la gloria de tercera y segunda división, la
blanca clavellina de abril o el espacio de sombra de los moreros que
había en la Preferencia.
No tuvo nunca el sabor de un estadio de campanillas, pero allí fue
donde juramos amor eterno al fútbol mirándonos en los ojos claros de
nuestras novias de cada primavera.
Aplaudimos a Simonet, el “divino calvo”, cuando corría la banda con
frenesí o lloramos cuando un autobús se cayó al río el día de un
partido contra el Levante.
Yo fui uno de los que lloraron cuando el Atlétic de Bilbao nos
impidió el pase a una semifinal de Copa, con un nefasto arbitraje de
Birigay, colegiado “valenciano”, nacido en Bilbao, y se indignó cuando
en una obscura operación inmobiliaria convirtió aquel “Teatro de los
sueños blanquiverde” en supermercado de tres plantas con sótano para
aparcamientos.
En medio de una roja polvareda en El Arcángel se jugó su último
partido y malherido, por Finacom, se desplomó su fachada de goles en la
acera desarrollista.
Y en su lugar instalaron tiendas de moda y supermercados con
escaleras automáticas, y sobre las ruinas de la Torre Olímpica, un
puesto de palomitas, en la puerta de un cine.
Pero de un tiempo acá, en el supermercado ocurren cosas a las que nadie encuentra explicación.
Un vigilante nocturno asegura que una camiseta con el “8” de Juanín
atravesó una noche el pasaje comercial y en la planta de aparcamientos,
Miralles y Navarro tiraban golpes francos contra la puerta que daba al
Guadalquivir aljamiado en blanco y verde.
Y como pólvora encendida, por la Fuensanta y por Santiago, está
corriendo la voz que los fantasmas de “El Arcángel” son algo más que un
rumor.
Cuentan que al ver a Mingorance, en persona, en la cola de la caja
dos, con su sonrisa ladeada y socarrona, una cajera se desparramó. Y
que un vendedor de juguetes del Toy sorprendió al mismísimo Daniel
Onega mientras buscaba el ascensor.
Así que no se espante, amigo, si esperando el autobús le pide fuego Roque Olsen.
…son los fantasmas del Arcángel que no descansan en paz.