martes, 15 de abril de 2014

Aquellos chalados en sus locas catedrales

Fueron de oscuro, taimados, escondidos en los decretos y la inconstitucionalidad de un canciller amigo.  Simularon funcionario a un coronilla con capelo e inscribieron, por treinta denarios de plata, un patrimonio de la humanidad como “cosa” suya.

Ellos se limitaban a “poner la mano”. Y el erario público lo sufragaba todo. Reformas, mantenimiento, nuevas instalaciones, ellos solo a “cobrar” como donativo el filón de visitantes a uno de los monumentos más visitados del planeta.

Un infausto día, se pierden unas vigas del artesonado, aparecen en una casa de subastas británica, y cuando se les piden responsabilidades por el desfalco de la noble madera, dicen que “las dé el propietario”, que para lances así no son ellos. Ellos sólo son propietarios para cobrar y camuflar el impuesto.

Otro día no menos infausto, en una escalada de iniquidad, deciden cambiarle el nombre a la cosa. Llevaba mil doscientos años llamándose de una forma. Todo el mundo del mundo mundial la conocía por ese nombre. Pero en una transmigración de integrismo, entienden la parte por el todo, el rábano por las hojas y le cambian el nombre, pasando a llamar al monumento como algo relativo a su sacra defecación neuronal.

Personas moderadas, centristas de derechas, funcionarios de alto nivel, ex presidentes de la cosa cultural del mundo, advierten del peligro: el título se concedió por unos valores, por una forma de entender la convivencia y no por que los escarabajos cantaran dómines en latín.

En su ciega boniatez se inventan conspiraciones del islamismo mundial –antes, en su “chalaura”- fueron afanes de convertir a medio mundo a la homosexualidad- , viven en el humo, en la nostalgia de la cremación y el auto de fe, y, a bordo de la estupidez suprema, se dirigen a no se saben dónde.

Acusan a los demás de intentar un expolio, una expropiación, cuando son ellos los usurpadores natos, lo que con alevosía y beato sigilo han robado a todo un pueblo y a todo una ciudad. Pero están acostumbrados a reescribir la historia, y, siempre aparecen como víctimas.  Han pasado siglos, pero, en ocasiones, aun llega el olor de la carne chamuscada en las isletas del puente del cercano río donde quemaron con saña y fanatismo a miles de personas por un quítame allá una coma en la pureza del dogma. Pero, las “víctimas” son ellos.

Mueven a portadas a sus órganos de sinrazón, a sus lameculos oficiales, ataviados de periodistas, pero el peso de la ficción se quiebra.


Su único horizonte, habitando en la más feroz de las mentiras, parece, de nuevo, la hoguera, la pira, pero en su altanera destemplanza, sin lugar, y sin término, corren el implacable riesgo de salir ardiendo. De pura “chalaura”. 

sábado, 12 de abril de 2014

La justicia es cosa de perros


¡Qué horror! ¡Qué pesadilla! Soñé que ese perro existía, un cancerbero enorme, nacido de la injusticia.
 Que, saliendo de la niebla, emergía en una noche cenagosa y empezaba su cósmico destino.

Entró, sin que nadie lo advirtiera,  en el Consejo de Administración de una empresa y en un santiamén dejó con la yugular  abierta a media docena de millonarios consejeros que aprobaban, al mismo tiempo, un ERE de mil despidos y una evasión de impuestos.

Sin que nadie pudiera detenerlo entró en la sede central de un partido político y en cuestión de  segundos disecó la safena a diez corruptos de sobre y sobresueldo.

Inmune a los intentos por reducirle o atraparle enfiló hacia la sede del gobierno, que celebraba su Consejo de Ministros o aquelarre de cada viernes, y en un rápido ataque devoró la carótida de los trece ministros y de su presidente barbado, cuando acaban de aprobar un enésimo rescate a la banca y cincuenta recortes de derechos, pensiones y salarios.

Sonaban enloquecidas sirenas de ambulancias y policías, inermes de terror a lo desconocido. El ejército sacó los tanques a la calle, los subsecretarios del gobierno provisional declararon el estado de  excepción, y, el toque de queda los militares, al toque de corneta, pero nadie logro detener al can. Se notaba el ulular del miedo y las pechugas abatidas. Los tertulianos cavernarios resguardaban sus cuellos con collarines de importación.

El cánido corría inalcanzable, se ocultaba en las sombras y atacaba con precisión y certeza. Penetró en el vestíbulo de un banco, subió a la sala de conferencias  y en tres saltos felinos atacó la vena ilíaca de cuatros consejeros y un presidente con tirantes. ¡Menudo botín!

En un último eslalon enfiló hacia un palacio, de reyes o algo así, y mordió, en azul, la vena cava de un  monarca y su yerno, que estaban contando billetes.

De pronto, un mendigo que tocaba la flauta en la boca de una parada de metro, empezó a llamarlo con un nombre que no entendí:  ¡Detente, para! El lobo estepario obedeció y lamió amorosamente la mano del mendigo, que tocaba lánguidamente una obertura de Haydn.

Sobre las calles deshabitadas, una joven, con los ojos vendados y con una balanza desequilibrada, se reflejaba en los cristales de todos los escaparates.  ¿Era aquello el símbolo del apocalipsis o de un nuevo orden?  

Me desperté sudoroso, agitado, con la boca seca. De pronto recordé el nombre con el que el mendigo llamaba al perro.

¡Qué horror! ¡Qué pesadilla!

El nombre era: “Justiciero”.


jueves, 10 de abril de 2014

Arias Cañete o el braguetazo perfecto


En política, a veces, se ven espectáculos carnívoros. Un señor, que cuando hace su declaración de la renta y patrimonio declara poseer una pila millones, que gana – al margen de su ingresos como parlamentario- más de un  “cuarto de kilo” al año, viene, con sus pilas japoneses, a decir que se come los yogures caducados.
La fórmula es fácil, te casas con la novena hija de Juan Pedro Domecq, caballero a caballo de las Andalucías y otras luchas de clases, y, además te haces cargo –eterno- de Alianza Popular y el Partido –no menos- Popular.

              Muchacho, tienes la bragueta abierta.
              Sí, es que voy destinado a Jerez.
              ¿Allí hay hijas solteras  de marqueses?
              A eso voy. Marquesa de Valencina, condesa de Asalto, alguna Urquijo…
              Llegaras lejos, comerás muchos yogures.

Lo tenía claro desde el primer momento. Miguelito era una especie de Pantagruel madrileño que se comía los pollos al ast como si fueran caracoles. Se fue a Jerez y se afilió a un partido de orden y de derechas al mismo tiempo. Muchas fiestas camperas, tientas y derribos, soleras, jacas y garañones y rubias señoritas, recién llegadas de estudiar inglés en Irlanda en un colegio de monjas adoratrices.
Como estaba programado, este abogado del Estado y su bragueta, hicieron un manteo redondo. Emparentó con la prole de un señorito postinero, con ganadería de reses- bravas- y toreo a caballo. Rejoneo, que se llama. Casi daba igual, podía ser Osborne, Terry, pero fue Domecq, ¡caballero, que coñag!

              Se ha dado usted cuenta que es todo un animal político.
              Si, voy para ministro, senador y eurodiputado.
              ¿Y qué hará con el caballo?
              Me lo llevaré puesto. Tengo una cuadra en Bruselas.

El Partido Popular hace el milagro de que señoritos de pura cepa, casados con la más rancia ralea del señoritismo andaluz, se presenten como candidatos, y mecánicos y porteras en paro los voten.  Es una grosera popularidad, pero sacan la tira de votos.
Miguelito, que siempre ha compaginado con éxito sus rentables negocios y empresas que pagan impuestos en cualquier isla o “Gibraltar” que pilla de paso con el carguito de turno, acaba de hacer una “Ley de Costas” ejemplar.  Nada de metros exentos de construcciones inmobiliarias y hoteleras. Nada de milongas, que diría otro señorito, el de Olvera. Hoteles, chiringuitos y restaurantes desde la misma orilla. Eso del Medio Ambiente es cosa de rojos y él se ducha con agua fría. Dice. Para ahorrar no se sabe qué.

              Oiga pollo, ¿qué eso de que se come los yogures caducados?
              Es que yo me lo trago todo.
              ¿También el Medio Ambiente?
              Soy señorito campero y andaluz.
              ¡Que la Magdalena te guie!

En el Barrio de San Miguel, los gitanos calentitos, cantaban por bulerías.  Domecq, Osborne y Terry se disfrazaban de noviembre.




martes, 8 de abril de 2014

No era crisis, era estafa.


“La ayuda a la banca es un 77% mayor de lo que anunció el Banco de España

El Tribunal de Cuentas cifra en 108.000 millones de euros el dinero público concedido  la banca desde 2009 hasta 2012. La CAM y Bankia han sido las entidades financieras que más subvenciones recibieron, al recibir más de 47.000 millones.

 

“Los directivos de siete cajas rescatadas fueron indemnizados con más de 270 millones de euros

Solo los integrantes del comité de dirección de Caja Madrid percibieron 71,5 millones entre 2007 y 2011. Los banqueros de la CAM se embolsaron 41,85 millones; los de Novacaixagalicia, 35; lo de Caja Segovia 33; los de Caixa Penedés, 32; los de Bancaja, 30; y los de Catalunya Banc, 27 millones.”

(De la prensa del 7 de abril de 2014)

 

Dijo Hegel  “el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”.  Pero hay una parte del Estado que si sabe lo que quiere: robarnos. 

Llevan siete años hablándonos de “crisis”, expoliando nuestras vidas y nuestras haciendas, recortando nuestros derechos, practicando un concienzudo terrorismo de Estado por la más  aguda de las violencias: la violencia de la mentira.

Alguien lo ha dicho: “No es crisis, es la perfecta administración de una estafa”.  Hay unos señores que aparecen “como” nuestros gobernantes. Pero no lo son, son unos “mandaos”, unos interpuestos de la Banca, que son los que en realidad nos gobiernan.

Esos botarates a los que llamamos presidentes o ministros dijeron con toda la falsa solemnidad de la que son capaces que “el rescate de la Banca no iba a costar un céntimo al erario público”. Era una de sus millones de mentiras. Luego dijeron que “El Estado iba a ser tan sólo garante de un préstamo de 44.000 millones”. Y ahora, el Tribunal de Cuentas, revela que el dinero de todos ha tenido que sufragar 108.000 millones.

Más de cien mil millones llenos de sangre, sanidad, enseñanza, becas, pensiones y salarios para que, olímpicamente, la Banca, los banqueros y el capitalismo mundial no pierdan nada. Es la vieja teoría-estafa de la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias.

Con el impúdico espectáculo añadido y tolerado de los directivos de las entidades quebradas de atracarse con indemnizaciones supermillonarias salidas de las costillas de todos, cuando ya habían demostrado la “eficacia” de su gestión.  Perro no come carne de perro, dirán.

Millones de parados, ciudadanos desalojados de sus viviendas, pensiones y sueldos mínimos que ni siquiera espantan el hambre física, y una casta despótica y cruel que se regodea en sus negocios y beneficios.

 ¿Hasta cuándo personas como Botín, Blesa o Rato van a seguir circulando libremente por las calles?

Empezaba con Hegel y termino con Robespierre: “Cuando la tiranía se derrumbe procuremos no darle tiempo para que se levante.”

 

 

 

sábado, 5 de abril de 2014

El país de la gran mentira

Érase un país construido cínicamente sobre la mentira. Todos eran reos y esclavos de ella. Su monarca era un sátrapa mujeriego y borracho, que se había laureado como “defensor de la democracia” cuando había sido el instigador de una balacera decimonónica, un golpe de estado de bigotes y tricornios.
Sus políticos y partidos eran asociaciones de malhechores que se repartían el botín, a medias, con banqueros y obispos. No se sabe si más corruptos que mentirosos, o viceversa.
Su jerarquía religiosa era una borrosa camada de ladrones, iluminados y pederastas,  que habían instigado media docena de guerras civiles por un quítame allá ese catecismo,  que no pagaban un céntimo de impuestos y diezmaban sin pudor a las arcas públicas en nombre de la paz y el amor de Cristo.
Su justicia era una entelequia reaccionaria, desnuda de moral, mentirosa y perversa. Protectora y defensora de los poderosos, inclinada al soborno y a los ojos ciegos de lo injusto.
Su ejército, fuerzas armadas y del orden estaban al servicio de quienes les pagaban, desnudando a menudo los huesos mondos y lirondos del pueblo oprimido y estafado.
Sus instituciones, parlamentos, ayuntamientos y medios informativos eran la pura encarnación de la mentira, diaria, mendaz y fundamental. Una substantiva esclavitud a la vileza ambiente.
Sus empresas y empresarios eran chiringuitos especuladores y evasores de impuestos, sus 35 más importantes empresas eras oficinas móviles de paraísos fiscales, su sector inmobiliario eran los restos putrefactos de  una burbuja pinchada, sus cajas de ahorros y “bancos amigos” eran chapuceros estafadores de ancianos e impedidos,  sus sectores energéticos eran clanes de estafadores de los consumidores cautivos, sus ex presidentes eran carcamales roñosos, jubilados en la mentira.
El tacto, la cohabitación con la mentira había podrido todo. Todo era presuntamente falso, real y coronadamente, falso y mentiroso.
Sus héroes, sus nobles hombres subidos a los altares, sus cantadas virtudes y gestas, su historia bruñida, era pura y simplemente mentira.
Presumían de “patria” y de “nación” y había, al menos, cuatro. Unos palurdos ganaderos de ovejas, le habían dado, a garrotazos, su mentirosa unidad. Si se escarbaba superficialmente en su historia, salían sus reyes felones, sus dictadores beatos e invertidos, sus ministros de bragueta, sacristía o incensario, sus reinas con furor uterino y sus infantas ladronas.
Imposible encontrar mayor falsedad, toda junta, reunida y con el nombre de “patria”
Aquel desgraciado país debía casi tanto como producía en un año, los ricos robaban y mentían, mentían y robaban, el gobierno de lacayos mentía y legislaba, recortaba, expoliaba, ocultaba y protegía a los mentirosos y ladrones.
Un profeta había cantado desde un pueblo del Sur:
“De tanto beber mi sangre
vas a dar  un reventón
a ver si se cumple el dicho
que te riegue el corazón”


Y un día, cuando casi nadie lo esperaba, el país reventó en mil pedazos.

El pedazo más grande lo encontraron en Suiza. En la cuenta cifrada de un banco. 

jueves, 3 de abril de 2014

La tertulia


Algunos sábados busco un determinado canal de la televisión y trato de ver o escuchar una tertulia, o amago de feroz debate,  que se teatraliza con nocturnidad y alevosía.

A la derecha de los espectadores se sientan unas hortalizas bien vestidas, relucientes al gusto de quien les paga y contrata, con una verborrea “democrática” recién adquirida en un “todo a cien”, que una semana si y otra también, desgranan su baratija.

Hay uno de ellos, que pasa por periodista, pero que parece un marqués francés de antes de la guillotina, que interpreta el papel de “moderno”. Todo lo que no encaja en su espacio mental de “gentleman” asilvestrado por el capital y la banca, es antiguo, pasado de moda y arbitrario frente al orden. “Su orden”. Que es el mismo de su abultada nómina.

Otro es un matón de barra de bar. Un “chulo tabernas”  que impide hablar e interrumpe continuamente a quien considera un detritus de la izquierda, que además, para él, que tiene un sospechoso apellido, es infecta por naturaleza. Representa muy bien a lo que representa. La democracia de los puños y las pistolas.

Y hay un tercero que es un charco de la idea. Hace, semanalmente, un recorrido planetario por todas las tertulias y espacios de opinión de esta desgracia de país –con sus chorreras o medios informativos- haciendo de felpudo. De quita vergüenzas, portavoz y lameculos de su amo, supremo cruasán caliente de la una quimérica eficacia y moral política.

El basurero queda, a los pocos minutos, tan repleto, que mi hígado se rebela, y bajo condena de estar insomne toda la noche tengo que cambiar de canal. No me pierdo mucho, porque el discurso es el mismo en cada semana, en cada año y en cada milenio. Quien elabora, desde el sur del mediterráneo y el sobresueldo,  el argumentario para parlamentarios, concejales y cargos de un partido de recortes y corrupciones, les pasa puntual copia. Y todos argumentan al mismo y papagayeado dictado.

Los tertulianos, como malos actores sin energía, nos dan cada semana “su cante”. Impostado. Sólo que nuestra biología se defiende y, ante la enfermedad viral que transmite por el éter,  se apresura a apagar el televisor. O como un vecino de calle, al que oigo pero no conozco, que suelta su adrenalina y manda cada sábado, especialmente a uno de estos tertulianos del cheque cobrado, a ese sitio tan cerca de lo escatológico como fecal.

De pronto me he tropezado con la palabra. Esos tertulianos, ese país y esa opinión que les paga por intentar lavarles su sucia cara es eso: fecal.
Despierto, y bostezando, los mando al mismo sitio que mi vecino.

martes, 1 de abril de 2014

Un paraíso al mediodía


Voy algunos domingos al mediodía.  En la plaza de Jerónimo Páez de Córdoba se asienta el Museo Arqueológico y Etnológico  Provincial. Es una plaza recoleta pero a la que afluyen cuatro calles,  con dos niveles diferenciados de piedra y terrizo, y donde la arboleda regala acogedora sombra, entre la que destacan por su rareza y altura tres casuarias o pinos de París.
Cuadrículas de adoquines alternan en el pavimento con el empedrado, mientras que en los blancos muros se despliegan una fuente adosada con mascarones en sus caños, un busto de Lucano  y, sobre todo, la portada neomudéjar, arropada por una buganvilla, con artísticas puertas de madera tallada procedentes del  antiguo Palacio de los Páez de Castillejo.
La Casa del Judío, en recuerdo de Elie Nahmias, judío francés enamorado de la ciudad –“Córdoba es mi novia” dicen que dijo alguna vez-, el inicio de la Cuesta de Peromato, las dos portadas renacentistas del Museo, trozos de fustes, capiteles corintios, restos de cornisas romanas se expanden por toda la plaza, adonde se asoma  La Cavea o el bar de Salvi.
Los habituales somos heterogéneos, guiris ocasionales, otros, establecidos en la ciudad, como una ceramista japonesa, nórdicos y anglosajones jubilados. Será porque la plaza se llamó en otro tiempo “De los Paraísos”.
En el centro de la plaza, toca habitualmente un músico. No sé si se llama Manuel o Rafa. La sonanta de su guitarra, acomete al maestro Rodrigo con su versión de “En Aranjuez”, mientras el sol calienta, por igual, al que lee The Daily Telegraph que al que se toma un medio de Amargoso, mientras una pareja de alemanes, con pinta de profesores de Heildelberg, se asombran de todo.
Salvi saca al centro de la plaza a un maestro jamonero que, entre cultura y religión, corta unas solemnes y delicadas lonchas de serrano de los Pedroches y te ofrece, para hacer boca, unos trocitos de flamenquín. Se lo acepto si me asegura que el jamón es serrano y no de ese fuego eterno del York.
La mañana transcurre amable, enredada de soles y rosas, como un fruto cálido de abril, sin que se aprecie diferencia de razas, mezquitas o catedrales. Empieza a embriagar el “montilla”  y el músico se atreve con un cante por bulerías al estilo de El Barrio.
Casi sin darme cuenta voy por el segundo de Amargoso  y Salvi, sin preguntarme, me ha puesto delante “media de los Pedroches” en lonchas, loncheadas con arte y mimo.
Cae una leve brisa de las acacias, un eco de azahares traspone por las buganvillas  de la “Casa del Judío” y una muchacha en flor, entre manzana y pájaro libre, alegra la vista, la mañana y el sol. Un dulce ébano perfumado.
Tal vez el paraíso será como esta plaza: una luz azul de Matisse, un músico poco afortunado que aborda la “Malagueña de Lecuona”, una brisa de naranjos y una pequeña multitud de rostros, jóvenes y ancianos, que en la plenitud del mediodía, en las gotas ardientes del sol de primavera, acarician oscuros cabellos de violines.

Al margen quedan, la insensatez y el fanatismo, ambiente.