Estaba convencido de que la
crisis nos había vuelto insensibles. Que cada hora pasada entre millones de
parados o desahuciados era un peldaño más hacía la total intoxicación social a
que nos aboca el sistema.
Pero días pasados comprobé que
no. Me impactó la noticia del suicidio de un hombre en Granada horas antes de
ser desahuciado. Era una sensación que recibía en el cerebro pero que
rápidamente se trasladaba al estómago.
Una abdicación de mis vísceras.
No nos sirve este Gobierno. No
nos sirve este Estado. No nos sirve esta Constitución. No nos sirve esta
Democracia. Un sistema que produce tanto
dolor humano, que se alimenta de cifras y recortes y que ignora, que detrás de
cada dato macroeconómico está el padecimiento y el sufrimiento de miles de
personas está fuera de cualquier reducida consideración de utilidad.
Le llaman democracia y no lo es,
proclama un grito de la indignación. ¿Y cómo va a serlo? ¿Se le puede llamar
“gobierno del pueblo” a un acto mas propagandístico que real, por el que
depositando un voto cada cuatro años se pretende legitimar por la mayoría
absoluta un atentando tras otro contra la salud, la educación, la cultura, la
libertad, el espíritu y los sentidos de todos?
¿Cómo puede el simple hecho de
que yo deposite un voto a una monda de letras en un momento determinado, legitimar
y dar por válida mi opinión, pongamos por caso, a que se desaloje a las
personas de sus casas y se destinen 70.000 millones del dinero de todos a
“salvar” a un conglomerado de ineptos con cuello alto llamado “banca” que,
además, hacen de ejecutores y verdugos?
El destino de la humanidad es
incierto. La voracidad y la rapiña de unos pocos infinita. La única legitimidad
que puede tener un sistema, superado Juan Jacobo Rousseau, es que el “contrato
social” presente un saldo favorable.
Pero con seis millones de parados, trece millones de pobres, 512
desahuciados al día, el 25 % de la población infantil por debajo del umbral de pobreza,
¿cómo va a ser favorable ese saldo?
Tenemos a la música, la
literatura, la amistad, el amor y la solidaridad con los demás como lugares
donde refugiarnos, pero el espíritu neto de esta sociedad es la infelicidad. Una altanera destemplanza, sin patria y sin
gobierno.
Me quedó con la reacción del gato
de la familia cordobesa desahuciada hace unos días. Mordió, arañó y maulló
antes de que intentarán, sin conseguirlo, echarlo de su casa.
No sé si los gatos leen. Y es
mas, no se si los gatos leen poesía. Para mi que este gato había leído a Miguel
Hernández: “Mientras que nos queden puños, uñas, saliva y nos queden, corazón,
entrañas y tripas, cosas de valor y dientes”.
Antes de claudicar, de
suicidarse, hay que hacer como el gato.
Y como Miguel Hernández.
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