Con el otoño al fondo, con las
lluvias regando sementeras, embraveciendo arroyos y atarjeas, con los ojos
llenos del color dorado y húmedo, se nos anuncia en el horizonte en crisis, una
nueva y temible Navidad.
Los que tendrían que ser “hombres
de buena voluntad” están, en masa, en el desempleo, en la “gloria y en las
alturas” sólo están algunos políticos y los directivos de la banca, no hay “paz en la
tierra” y mucho menos en las conciencias y una recurrente y masiva ola de
consumismo teledirigido, nos amenaza, como cada año en estas mismas fechas.
Los empleados públicos, los
funcionarios, van a afrontar estas navidades sin paga extra. Los “señores de
los recortes” y los “legionarios del Cristo neoliberal” van a amargar la vida,
las uvas y las cabalgatas de Reyes de media humanidad.
Dicen, esos señores de verbo
maquillado que nos gobiernan desde su
sillón de mentiras, que es un “sacrificio inevitable”, pero, en realidad, los
que son perfectamente evitables, eludibles y hasta casi extinguibles son ellos mismos.
Y sus reformas. Y sus recortes. Y sus leyes. Y sus parlamentos y democracias de
precariedad. ¡Que no, que no nos
representan!
Van a ser unas navidades amargas,
depredados por el paro, con la pobreza mordiendo la moral y el hambre de
millones de personas y, además, con la carnaza añadida de una incentivación
irracional al consumo y a la felicidad alcohólica, orientada y dirigida por
abundante publicidad engañosa.
Uno, todavía siente capacidad
para asombrarse, cuando descubre las indemnizaciones multimillonarias que los
mayores responsables de este desaguisado han cobrado con la aquiescencia de
supuestas autoridades, económicas y políticas. Un universo refinado de
ladrones, una severa penitencia de chorizos designados por los partidos
políticos que han agujereado las cajas, los bancos y la economía de todos y nos
han dejado en los huesos y tiritando. Y todavía no hay ninguno en la cárcel.
Eluden las palabras, la verdad y
los nombres propios. Evitan pronunciar “crisis” y “rescate”, y se maldicen a si
mismos, porque en realidad son “estafa” y “secuestro”. Una agresión sin par tanto a la razón como a
la mayoría.
Nos desearan “mucha felicidad” y
nos largaran sus protervos discursos de Navidad y Año Nuevo. Sin que nadie los
crea o los escuche, con ecos aún de safaris de elefantes, con el turrón duro y
amargo y con el insincero llanto por un país saqueado por sus impunes.
Luces callejeras, champán, trajes
dorados, mazapanes y eslóganes desteñidos nos esperan.
Francamente, hay que tener mucho
cinismo –el que tienen- para que encima tengamos que soportar sus falsos deseos
de felicidad en tópicos plazos.
¡Que no, que no nos representan,
ni ellos ni “su” Navidad!
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