“Que no me duele/tener la boca cerrada/sois vosotros quien ha hecho/del
silencio palabras”. Lluis Llach.
El facherío hispano anda rabioso
y revuelto. Intuye, –su capacidad intelectiva y cognoscitiva no da
para mas- que los sindicatos son el último obstáculo para el completo imperio
de su troglodita ultraliberalismo, y andan a trancazo limpio contra todo lo que
sea capaz de hacer, convocar u organizar una mínima defensa social.
Si el debate se estableciera en
términos de “vergüenza”, seria de eso, de la ajena, contemplar el espectáculo
de la bazofia de medios o banderines de enganche de la legión capitalista,
arremetiendo con plumas compradas por la canalla banquera o empresarial contra instituciones,
personas o civilidades que representan el único oxígeno, no transido de
mercantilismo servil, de la triste España, del triste Rajoy, del triste PP, de la triste cleptocracia de los cojones que
nos gobierna.
Abrir una portada de ABC, La Razón, El Mundo, Libertad Digital,
La Gaceta o Intereconomía es sumergirse de lleno en la mentira, en el
escarnio mental de la razón, la historia y el derecho de gentes y acceder a un
mundo tóxico y oligárquico.
Los libelos contra sindicatos y
sindicalistas son frecuentes, cobardes y oxidados. Se les nota la rabia, el
pelo de la dehesa y el latrocinio detrás.
Se dimensionan las “graves
consecuencias económicas” para “su” patria de mangantes de una acción de huelga
y se olvidan del estropicio de su burbuja ladrillera, lo que han robado y roban
sus banqueros y bancos y, el monumental fraude fiscal de sus empresarios,
notables con Sicav y patriotas evasores “suizos”
(400.000 millones de euros en sólo un semestre de 2012).
Se pontifica sobre “la violencia
inadmisible” de los piquetes y se ignoran las amenazas reales y por escrito de
despido de sus empresas talismán (El Corte
Ingles y Mercadona) y las coacciones generalizadas, en forma de “piquete
empresarial”, de sus protegidos de la CEOE.
Nos expulsan de nuestras casas por decenas de miles, por mandato
imperativo de bancos agujereados de trampas e indemnizaciones millonarias, que
costeamos y rellenamos entre todos y se pasan por el arco del triunfo los
mandatos constitucionales de la justicia gratuita, el derecho al trabajo y a la
vivienda.
Se acuerdan del “derecho al
trabajo” sólo en vísperas de una huelga, y en el resto de días, seis millones
de conciudadanos se “joden”, a solas, y sin trompetería.
Hacen una cuestión de estado el
empujón a una cajera de supermercado y se quedan mudos, ciegos y bizcos de
cuerna y pluma, cuando gorilas uniformados y sin identificar, abren la cabeza a
menores de 13 años o arrastran y apalean a mujeres y ancianos, sirviendo, al
mismo tiempo, de mamporreros del fascismo y de los oligopolios.
Ningunean nuestras
manifestaciones, protestas y presencia en la calle. Sus borborígmicas “delegadas
del Gobierno” hacen el mayor de los ridículos con sus “35.000” donde hay
millones de almas indignadas, con su monda inteligencia pepera, humeando en el
mismo caldo de bankias y guerteles.
El 83 % del esfuerzo fiscal y de
recortes se han dirigido y aplicado a
las clases populares de este país de pandereta, mientras las grandes fortunas,
la Iglesia y el “sursum corda” de esa incivilizada y tórrida clase social se han
quedado inmaculados en el esfuerzo y el
sacrificio. Incluso con amnistías fiscales y tributando un 10 % por su magro y negro dinero, cuando cualquier obrerete paga
un 22 % de tipo fiscal medio.
Tenemos las terceras tarifas de
electricidad más caras de Europa (detrás
de Malta y Chipre que son islas sin ríos), sin anuncio de “reforma” posible ni
probable, (el segundo coste del PIB después
de los “reformados” costes laborales), las
tarifas petroleras que tienen las tasas
fiscales y márgenes de ganancia mayores, los mayores privilegios legales para
los bancos y el mayor fraude fiscal de esa entelequia política llamada Europa.
Y el capitalismo y la jerarquía eclesiástica más salvajes e insolidarios del
planeta.
Y toda su energía, todos los
ladridos de su jauría de perros amaestrados se dirigen en contra de idealistas,
de esforzadas personas, comprometidas con su dignidad como humanos y con su clase social, en un ciego y
enloquecido afán de desprestigio y venganza cainita.
Los que son, o en un pasado fuimos,
sindicalistas vocacionales, tenemos dos poderosas armas a nuestro favor.
Una. Sus dobermans, sus pestosos
lacayos, nunca conseguirán silenciarnos.
Dos. Nunca aceptaremos ser
esclavos.
Menos mal que, en su tiempo,
descubrimos el bicarbonato.
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