Rodrigo Rato abrió la puerta a la
oscuridad no demasiado fría del amanecer. Cerró a sus espaldas e hizo un
balance de urgencia. Había sido un año convulso. Pero ahora era el Presidente
de Gobierno como cabeza de lista del Partido Socialista Obrero Español. Aspiró
el aire, captando el soplo fresco y perfumado de las hojas de un otoño, que
caía para todos. El bosque del complejo de La Moncloa, se abría, al fin, a sus
pies. Avanzó entre abetos, mirtos y
parterres de rosales.
El viento movía aún los
carteles, mal despegados, de la última
contienda electoral. Los que mostraban
el rosto, casi de obispo melancólico, de José Bono, el candidato del Partido
Popular, la apuesta de última de hora de la derecha española por un “gobierno
de concentración de voluntades” que
parecía ser arrastrado por un viento de
derrota inapelable.
Rosa Aguilar, amiga personal de
Bono, candidata de la derecha en Andalucía, repasaba, desde la derrota, su
trayectoria personal y política de los últimos cinco años. Tres partidos, dos
derrotas electorales y ahora era una simple diputada, inmolada en el vacío,
cansada, y sola de vida y apoyos.
Ramón Tamames, el ex presidente
del gobierno de tecnócratas que incluyó a Miguel Boyer, Solbes y Luis de Guindos, impuestos por la Unión
Europea, o sus banqueros, que había gobernado en los últimos seis meses, había
sufrido un duro varapalo. “Estamos peor
que muertos”, le dijo Elena Salgado, número dos por Madrid de su
candidatura, de sospechosa financiación.
El otoño había dejado un reguero
de cadáveres políticos. Rajoy, Rubalcaba,
Werts, Elena Valenciano, Montoro, Griñan, Lanzagorta… se retiraban de la
política con el aroma de un juguete, de un aparato roto a sus espaldas. La
sociedad de “los mercados” había convertido a la política en un
espectáculo y a los ciudadanos en meros
consumidores de la telebasura que generaba.
Ante la mirada atónita del
Consejo de RTVE, el líder del principal
partido de la oposición, Alberto Garzón Espinosa, 24 años, que había viajado en
metro hasta los estudios desde una asamblea del 15-M en la Puerta del Sol,
comenzaba a dirigirse a sus votantes, los que le habían hecho rozar, a sólo un
3 % del candidato mas votado, poder
gobernar un país exhausto, pobre y zarandeado por la pobreza, la especulación y
los mercados. Después de atravesar el
caos de la ciudad, aquella fragancia de setas, musgo y hojas húmedas del otoño,
le recordaron a los jazmines en biznaga de su Málaga natal.
No comenzaba el otoño sino una
nueva edad. Rato, transfugante, era un sospecho y convencional ganador. El
icono de lo viejo. Quien iba a gobernar
era lo transversal, lo directo, la indignación: la calle. Alberto lo sabía.
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