En medio de una atmósfera general
de cinismo, hipocresía y corrupción, de las decenas de miles de millones
concedidos a la banca y a los banqueros, de las financiaciones ilegales,
donaciones, sobresueldos, evasiones, facturas falsas, fiscales vendidos y medios
informativos convertidos en linfocitos con urea, se produce un hecho
aparentemente intrascendente, de mucho menor calado, pero revelador.
En una ciudad de provincias, una
concejala de la derecha, “encargada” de la seguridad de la urbe, tiene un
accidente de tráfico.
Tras el mismo se descubre que el
coche accidentado forma parte del parque móvil del ayuntamiento de esa ciudad
de ceniza y desgracia que gobierna su partido. El de los ex presidentes que se compran mansiones de mil millones en
Marbella. Se comprueba, también, que la concejala hace un uso indiscriminado,
abusivo y privado de un bien público. Que el vehículo entra, sale y duerme en
la cochera coctelera de la infrascrita.
Y no pasa nada. La edil se
justifica a lo “Gran Capitán”. “Soy concejala las 24 horas del día y tengo que
acudir a accidentes, alarmas, actos y representaciones”. “Así ahorro el gasto
de chóferes municipales”.
Y lo más grave: “Voy a seguir
usando el vehículo”.
Hemos llegado a una situación
donde han desaparecido los límites entre público y privado. Entre delito y
justificación. Entre mentira y verbena. Hay una intoxicación general, una
disentería del expolio al dinero de todos.
Una concejala, que gana doce
veces el congelado salario mínimo, que tiene dietas, bagatelas y charoles por
extensión, se apropia de un vehículo municipal, lo usa sin destemplanza y sin
vergüenza, tiene un accidente y nos perdona la vida: “sale más barato así”,
dixit.
La susodicha es “concejala de
seguridad”. No sabemos de qué y de quien, pero es para para echarse la mano a
la cartera y ver si queda algo. Si fuera concejala de limpieza estaríamos
podridos. De mierda.
Naufragan la sociedad, la
democracia y la política. Ya no hay ni sensación de delito, ni aposento de la
razón. Roban y casi no se dan cuenta.
La ciudad existe. Es la mía. O
viene pronto el “diluvio” o acabamos todos más secos que la mojama.
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