“Te tengo comparaíta
con el correo de Vélez
que en cayendo cuatro gotas
se le mojan los papeles”
Soleá flamenca.
La historia, en realidad, es una
tomadura de pelo. Se hacen guerras, revoluciones, luchas sociales o constituciones
para cambiar o conseguir algo, que en
muy poco tiempo, desaparece, se desvanece. Solemne, desgraciado y recurrente “papel
mojado”.
Perdonen la manera de señalar pero
el artículo 35 de la muy ponderada Constitución Española consagra al “trabajo”
como un “derecho”. ¡Que se lo digan a
seis millones de compatriotas!
El artículo 47 la toma con la
vivienda y dice: “Todos los españoles
tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes
públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas
pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del
suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La
comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los
entes públicos”. Fin de la cita.
Y digo, yo, ¿los que han
desahuciado de su casa a 300.000 personas en los últimos cuatro años han leído
la Constitución? Y en el colmo de la ingenuidad: ¿han regulado los poderes
públicos algo para “impedir” la especulación? ¡Y no digamos lo de la “participación
de la comunidad en las plusvalías!
Nuestra Constitución, fruto de
una calentura, tras cuarenta años de cárcel colectiva, es un patético, solemne,
aburrido, estéril, insolemnte y mentiroso “papel mojado”. La igualdad ante la ley es un quimérico papel
mojado. El “estado de bienestar” es un
borracho papel mojado. La transparencia en la financiación de los partidos
políticos es un corrupto papel mojado. Los jueces, los fiscales, el Tribunal
Supremo, el Constitucional, el de Cuentas, la soberanía del pueblo, la democracia
y el chichi de la Bernarda, son macilentos, descoyuntados y oníricos papeles
mojados
Nada, un encefalograma plano; el
Congreso es un letargo con calefacción
central y gin-tonics baratos, el Gobierno es una chirigota con caspa, La
Oposición unos grillos sin jaula, y al pueblo lo recortan, le aplican
reducciones de sueldo y salarios mínimos y le dicen, en sede parlamentaria, que
se joda.
El ministro del Interior, y del
Opus, ha dado hoy una explicación, a dentelladas de sacristía, de cómo alguien
que dice “amar la vida” produce por acción u omisión la muerte de quince prójimos,
que en el colmo de la mala información confundían nuestras costas (y sus
tricornios) con la “tierra de la libertad”. Marca de la casa, “la marca hispánica”, pura
materia de fe, que no provoca una suerte de remordimiento en los que viven en
la comisión y el sobresueldo.
Con su pan, mojado, se lo coman.
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