“Había una vez un señor
que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se llamaba Kassim. Alí Babá
era honesto, trabajador, bueno, leñador y pobre. Kassim era deshonesto,
haragán, malo, usurero y rico. Un día en que Alí Babá estaba en el bosque
cortando leña oyó un ruido que se acercaba y que se parecía al ruido que hacen
cuarenta caballos cuando galopan. Se asustó, pero como era curioso trepó a un
árbol.”
Espiando, vio que eran, efectivamente, cuarenta caballos.
Sobre cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de
monedas de oro, planes de urbanismo, recibos de cuentas en Suiza, sobresueldos,
donaciones, bodas en El Escorial, Jaguars, viajes en yates de capos,
indemnizaciones de bancos, blusas en cacerías –digo blesas- y más de mil donaciones de empresas, zafiros,
consejos de administración, ágatas, tarifas eléctricas y otras perlas. Delante
de todos, con barba, iba el jefe de los ladrones. Detrás, un tal Paco. Con toda
“La Razón”.
Los ladrones pasaron debajo de Alí Babá y frenaron frente a
una gran puerta que tenía, más o menos, como diez edificios de alto y que era
completamente azul. Con gaviotas.
Entonces el jefe de los ladrones, por nombre Mariano, gritó a la puerta:
"¡Génova: ábrete!". Se oyó un trueno y la puerta, como si fuera un
sésamo, se abrió. Los ladrones entraron
por la puerta con su acta de ministros y todo, y una vez que estuvieron dentro, el
jefe gritó: ¡Gurtel, ciérrate!" Y el juzgado se cerró.
"Es indudable -pensó Alí Babá sin bajar del árbol- que
esa puerta es mágica y que las palabras pronunciadas por el jefe de los
ladrones tienen el poder de abrirla. Pero más indudable todavía es que dentro
de esa extraña casa tienen esos ladrones su escondite secreto donde guardan
todo lo que roban." Y en seguida se oyó otra vez una voz con acento
gallego decir no sé qué de “popular”,
partido o partía, y se abrió. Los ladrones salieron y el jefe gritó:
"¡Justicia: ciérrate!". La puerta se cerró y los ladrones se alejaron
a todo galope, seguramente para ir a robar en algún lado. La Moncloa, el Parlamento o algo así. Cuando
se perdieron de vista, Alí Babá bajó del árbol.
"Yo también entraré en esa casa -pensó-. El asunto será
ver si otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla."
Entonces, con todas las fuerzas que tenía, gritó: "Génova, ábrete!" Y la puerta se abrió. Y aparecieron un señor
de enormes bigotes, cuatro tesoreros, un tal Albondiguilla, un tal Rodrigo
hasta dentro de un Rato, el “Correas”, los restos de mil cajas de ahorro, el
déficit de energía, el relaxing cup, el tea party, la toga de dos jueces, el
ABC y las libretas de cuarenta cuentas suizas.
Después de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por
la puerta mágica y entró. Y una vez dentro se encontró con el tesoro más grande
del mundo. "¡Gurtel: ciérrate!", dijo después. La puerta engaviotada
se cerró con Alí Babá dentro y él, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en
una bolsa la libreta de un tal Luis. Será suficiente, se dijo. La llevo a un
periódico independiente y dejo de cortar
leña. Dijo: "¡Bárcenas: ábrete!"
y la puerta se abrió. Después dijo
aquello de ¡Justicia, ciérrate! Y él
volvió a su casa, cantando el himno de la alegría, con arreglos de Garzón y
Elpidio.
Alí Babá guardó la libreta y cada noche leía sus anotaciones
sin dar crédito a lo que leía. La leyó tanto, que se enamoró de ella. Sabía que
una noche, algún periodista lo llamaría y, juntos, él y su libreta, viajarían
muy, muy lejos. A la Moncloa.
Y colorín colorado, al gato de Granados lo han cazado (por
lo menos).
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