Se celebra en estos momentos la Feria de Córdoba. De mi libro no publicado “Memoria de veranos, pájaros y estrellas” me permito publicar el capítulo que le dedico.
La Feria era el anhelo. El punto esperado del tiempo por
vivir de todo el año. Hay una “feria” para cada persona. Pero se reúne en sólo
tres verdaderas: la del niño, la del adolescente y la de del adulto.
La Feria infantil es la fantasía, la magia, la capacidad
del asombro y la del traslado completo al mundo de los sentidos.
La Feria adolescente es encuentro con el temprano amor.
Un roce no inesperado, una caricia y el mundo se transforma en joyas de
ternura.
Una felicidad rotunda y brillante que llega tras el
primer beso húmedo en la Noria, un sol que anida en la mágica llave del
sentimiento abierto. Y el primer vino. Y la primera euforia.
Para el adulto la Feria es la ruptura. Con el sistema,
el estado civil o con cualquier norma de virtudes impuestas. La Feria es un
ámbito de libertad. Mayo suspira entre el vino, el deseo y la plenitud
personal.
En el tiempo, es la asunción de las fiestas báquicas
griegas o las saturnales romanas. Por unos días o por unas horas, uno es un ser
abierto a la sensualidad, sólo. A la amistad, al vino y al sexo.
Soy persona de silencios, pero, en ocasiones, me absorbe el estrépito ferial, tener que
gritar para que mal te oiga el de al lado, ese aturdimiento cenital, que sólo
se admite y se justifica por una solidaridad colectiva con el espíritu de la
fiesta.
Y la vida, en horas o minutos, es deseo, es la voz
cálida y susurrante en tu oreja, es la noche inmensa y artificialmente
luminosa, la naturaleza del color vivo, el trastorno alcohólico (leve o no) y,
en ocasiones, la puerta encontrada en el diamante del sexo y de la entrega
plena.
Y la noche, en la altura de las atracciones es amatista
y plata, y a lo lejos se entrevé la Mezquita y los patios, cual pájaro de agua.
Pero tú estás allí, colgado del azul, y abajo, una
muchedumbre grita, bebe o fornica, feliz, en el recinto del exceso, en un
paraíso flagrante por una semana, en el claro misterio constelado de la vida.
De nuevo volverá la luz del día y, en el ala florida de
aquel tiempo, volverás a la yedra de la ciudad y de sus fuentes. Y las mejillas, los labios y las caballeras
lánguidas, serán el espejo y el oráculo
de la felicidad, sin suspiros. La Feria.
Hasta en la opresión, hay una filosofía que hace de la
felicidad un arma indestructible. E insustituible.
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