La democracia, y por ende, la
libertad, se sustentan en la confianza que los ciudadanos tengamos en el sistema
estructural que nos hayamos otorgado. Parece ser que la clave de nuestra
democracia es la representación directa de nuestra voluntad a través de los
partidos políticos, y, sin un atisbo de cinismo, en los políticos que los
personifican.
El resultado práctico es que
nuestra democracia es absolutamente ineficaz, nuestros políticos se representan
sólo a sí mismos y a sus intereses y el ciudadano, y sus problemas reales,
quedan como una entidad lejana, desnuda y olvidada.
En los últimos años han hecho un
arrasamiento de nuestros derechos, han arruinado a una mayoría para enriquecer
a una minoría, han vaciado el sacrificio del pueblo para rescatar a entidades
privadas con ánimo de lucro (bancos) y han perpetrado un trato desigual y
obsceno, siguiendo el beneficio, sin aderezo, de una clase.
Con todo, la cuestión esencial,
la confianza se quiebra totalmente con noticias como la que sigue:
“La cafetería del Congreso de los Diputados seguirá dispensando bebidas
de alta graduación alcohólica y combinados a precios superreducidos, gracias a
la subvención de 4,2 millones de euros más IVA que recibirá durante los
próximos cuatro años la nueva empresa concesionaria del servicio.
La polémica provocó que la Mesa del Congreso modificara el concurso y
dejara en manos de la empresa concesionaria los precios de las bebidas
alcohólicas y los combinados. Pero mantuvo la subvención, por lo que la oferta
de precios se mantendrá igual en este 2014. Un gin-tonic de la marca Larios
costará 3,45 euros durante los próximos cuatro años mientras que el de Gordons
se sitúa en 3,75. Asimismo un vodka Smirnoff o un cubalibre costarán 3,40 euros
mientras que una copa de ron de Habana Club 5 años ascenderá a 4,10.”
Es decir, que nuestros “representantes”
no sólo cobran un sueldo generoso al alcance de muy pocos, unas dietas por
residencia y alojamiento cuando la mayoría tienen casa propia en Madrid, sino
que el erario público, ese ataúd de ciudadanos con el salario mínimo y las
pensiones congeladas, que se tienen que jubilar cuando han cotizado cuarenta
años, les paga, además, sus borracheras.
Esta es una democracia beoda. Regida
y administrada por sinvergüenzas borrachos a los que nada importan la estética
del espanto y el voto comprado por el horror, con tal de tomarse sus gin-tonics
–se supone que mientras “trabajan”- con una importante subvención a costa de
todos.
La desconfianza es grande, yo
creo que total, porque, como se decía antaño de las relaciones de infidelidad,
lo último es “pagar la cama”.
Y nosotros se la estamos pagando.
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