“La mejor forma de
resolver un problema es investigar sus causas y sus interrelaciones con los
otros problemas. Y así, con la intachable y eterna voluntad andaluza de belleza
a la que agrega la actualizada aspiración a un compartido bienestar, el
Congreso de Cultura podría ofrecer a nuestro pueblo, es decir, podrá
ofrecernos, su primitiva imagen, eliminando los infames retoques y la propuesta
de unas conclusiones que este pueblo, nosotros, pueda asimilar como propias
para cumplir su porvenir, de acuerdo con su historia. Porque la historia no es
simétrica, pero en ella, de una manera sutil, coinciden siempre memoria y
profecía. Vivamos pues, a partir de este instante, una hora de esperanzas y
recuperaciones; no de iras y de pérdidas. Una hora de corregir lo que otros no
supieron ni quisieron hacer. Una hora de exigir de cada uno, rotunda y
solidariamente, bajo juramento, erigirse cada uno en responsable de su
conciencia, de su casa, de su oficio, de su trozo de acera, de su trozo de la
ciudad en que vive, de su trozo de Andalucía. Quienes quieran lo mejor para su
patria conózcanla antes a fondo porque es el conocimiento quien engendra el
amor y el amor quien multiplica y perfila el conocimiento. Eso es lo que aspira
a demostrar este Congreso. Y naciendo en el sitio en que nace, en este reducto
tantas veces sagrado y venerable y materializador de cultura, no es posible que
fracase. Para fortificar tal seguridad, yo pido por amor, sólo por amor, que es
una obligación devota, que es un trabajo liviano, que es un jocundo esfuerzo,
yo pido la apasionada colaboración de todos, que para todos hay tarea en la
larga marcha que hoy iniciamos hacia la Andalucía de la provisión. Hermanos
andaluces, para que desde ahora podamos serlo con más orgullo, con más
seguridad, con más ilusión, con más gozo que nunca, ¡viva Andalucía viva!”
Las palabras que anteceden son la
parte final del discurso que Antonio Gala, un andaluz cabal, pronunció el 2 de abril de 1978 en la apertura
del Congreso de Cultura Andaluza celebrado en Córdoba.
La realidad posterior a esto es
que Andalucía ha vivido dos momentos de gloria de su identidad como pueblo, el
cuatro de diciembre de 1977 y el veintiocho de febrero de 1980, a todos los demás
momentos se les puede catalogar de “luctuosos”.
La luctuosidad deriva de que el
centralismo patriotero hispano, el economicismo impuesto, la corrupción, las
ambiciones de poder, el clientelismo, el sucursalismo borreguil de los partidos
más votados, han vuelto a secuestrar la identidad andaluza y a los andaluces y
nos venden, desde sus sospechosas tribunas, institucionales y mediáticas, un discurso hueco, falso, oportunista y
demagógico.
No creen en Andalucía los que
cada final de febrero se envuelven en su bandera, se refugian y protegen con
ella de sus abundantes desafueros y corruptelas, los que han hecho posible la
mayor tasa de desempleo de Europa, los
que amparan –y defiende- la infame estructura de la propiedad agraria, los que
nombran “hijos o hijas de honor” a los máximos exponentes del latifundismo, los
que maltratan nuestra forma de hablar, los que amparan los privilegios
exagerados y milenarios de la Iglesia en nuestra tierra, los que usan y abusan
del tópico y la pandereta.
¿Dónde está el orgullo andaluz
que reclamaba Gala? No por ventura puede estar en esos representantes que se
sienten antes subordinados a sus corruptos partidos que a la realidad, dignidad
y problemas de Andalucía.
¡Viva Andalucía Libre! Pero
libre, antes que nada, de esa lacra de sectarios, doblegados y ruines políticos
que con impostura y desvergüenza se dice que son nuestros “representantes”.
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