Valle-Inclán pudo ver una España deformada: la realidad a través
de un espejo cóncavo. Un país de toreros con cara de bandoleros, aristócratas
ripiosos, jugadores de naipes, sacristanes, matarifes y chulos de bodega o
alcoba real.
No era deformidad. Sus esperpentos eran un reflejo del
tocino rancio que era la sociedad que se mostraba ante sus ojos.
En el momento actual sólo ha cambiado el decorado. Pero los
mismos ejemplares se pasean por los juzgados, los ministerios, las direcciones
de los medios informativos y las presidencias. De cualquier cosa, cualquier
presidente de algo tiene altas probabilidades de ser un malandrín de mucho
cuidado.
El presidente de una cadena de franquicias dentales te puede robar hasta
el apellido. Y la presidenta de una comunidad autonómica puede ser la “jefa” de
una infinita trama de robo, extorsión y crimen organizado.
Hoy los rufianes y rufianas no llevan gruesas patillas sino
que administran cuentas en B, se reparten sobres de sobresueldos cuando a medio
país se les recorta o desahucia. Y regalan bolsas de naranjas de 25 kilos, sólo
a los “suyos”.
En tiempos de Valle la derecha se movía entre las alcobas
ocultas y el humo de los altares, entre sacristías y espadones de militares
aburridos. Ahora no, ahora te montan redes de caciques, cobradores de
comisiones sin cuento o te modifican leyes como la Ley Hipotecaria que hace a
la Santa Iglesia pegar el pelotazo de los dos milenios: Más de cien mil
propiedades inmatriculadas del tirón.
La oligarquía, que antes la formaban veinte familias de la
nobleza, tres cardenales y un follagallinas en forma de reina lujuriosa está
compuesta ahora por las direcciones de dos partidos políticos, los “bi”, que
usan el “sentido de estado” como si fuera el agua de colonia.
Nuestro país, antes y ahora, era lo que es: un detritus de
sociedad civilizada donde han imperado los mangantes, los caciques, los “miembros
numerarios” de no se sabe que Obra o los falsantes con chaqueta de pana.
Hoy es un país de ilustres forajidos que sientan sus
miserables culos en Consejos de Ministros o en los bancos al sol de
Alcalá-Meco. Pero son los mismos.
Alguien tendrá que ir a la cárcel. Alguien tendrá que
dimitir de verdad. O alguna guillotina deberá cortar alguna cabeza, pero el “esperpento”
lo tenemos encima.
No lo tiene que pintar Goya. Basta con ver algunas tertulias
televisivas. Esperpento puro.
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