Ilustrísimos, Honorables o
Reverendísimos señores: Empiezo con el tratamiento protocolario por pura rutina
y no porqué yo crea que alguno de ustedes es ilustre, honorable o, mucho menos,
reverendísimo.
El pasado domingo 13 de octubre
dieron ustedes y las organizaciones a las que tan indignamente representan un
paso más en la consolidación de una ignominia, no por pasada, antigua o
distante en el tiempo y en la memoria, menos injusta, sectaria y sangrante.
Acudieron, todos a una, a la
beatificación de “522 nuevos mártires de la fe”. Es decir a rendir honores de
próxima santidad a 522 víctimas de una contienda civil en la que un grupo
rebelde de militares, alentados, exaltados y fanatizados por una opción
religiosa se rebeló contra un gobierno legítimamente constituido, provocando
tres años de horror y guerra y más de medio millón de víctimas.
Yo soy familiar directo (hermano)
de una de esas víctimas. Mi “mártir” tenía tres años cuando un bombardeo de la
aviación italiana aliada sobre un convoy civil, compuesto de ancianos y niños que
huían, no del terror rojo, sino del terror “azul” que provocaban los excesos
del coronel Cascajo y del general Queipo y que se creía protegido por la
cobertura de la Cruz Roja Internacional fue salvajemente bombardeado a la
altura de Villanueva de la Reina (Jaén) en la Nochebuena de 1936.
Un número indeterminado, nunca
conocido, de ancianos y niños quedaron muertos, desperdigados entre olivos
andaluces.
Los cadáveres de muchos nunca se
localizaron, mi hermano entre ellos, y una losa de obscuridad, indignidad y
miedo cayó sobre su frágil tránsito entre la vida y la muerte.
No ya ningún honor, ninguna memoria,
ningún gesto humano hacía niños y ancianos, mucho más mártires que a los que
ahora beatifican porque su única religión era la inocencia.
Cuando media España ha vivido con
su dolor secuestrado durante 77 años, cuando las cunetas y fosas comunes de lo
que llaman “piel de toro” están ahítas de sangre derramada y huesos sin
identificar, cuando 150.000 víctimas-mártires no tienen ni nombre en sus
enterramientos o monumentos al odio o al cainismo y cuando una Iglesia Oficial
que alentó el fratricidio llamándolo “Cruzada”, cuando esta Iglesia no se ha dignado
pedir el más mínimo perdón o asumir alguna responsabilidad en una actitud,
presente en los sermones u homilías del cardenal Gomá que hablaban del “santo
deber de exterminar a los enemigos”.
Cuando la sangre inocente lleva tres cuartos de siglo manchando las
manos y las hostias de estos “santos asesinos”, ustedes se van a Tarragona a
seguir cimentando las dos Españas. La
España que se honra y beatifica y la que se ignora y deshonra, con
premeditación y saña.
Su aprobación de la Ley Memoria
Histórica ha sido testimonial, nunca han creído en ella y el mejor ejemplo es
la nula asignación presupuestaria con la que la han dotado este año.
Han adoptado la falsa actitud “progresista”
de “no reabrir viejas heridas” y “no mirar al pasado”, presente en el
argumentario de todos sus cargos públicos. Pero el domingo se saltaron el
guion, ¡y de qué modo!
Pero los datos están ahí. El arzobispo Montero Montoro, la fuente más
fiable de la historia de lo que ustedes llaman “persecución religiosa”, nos
pone en la certeza estadística. En la guerra civil fueron asesinados 13 obispos,
4.184 sacerdotes diocesanos, 2.365 religiosos y 283 monjas. Todas, muertes muy
lamentables pero que sólo la represión del sanguinario general Yagüe a la población
civil de Badajoz la supera.
Al mismo tiempo que morían sus
mártires lo hacían más de medio millón de españoles. Y terminada la Guerra
Civil hasta trescientos mil más fueron fusilados, represaliados u humillados
con la santa complicidad de la autoridad Eclesiástica que nunca ha movido un
dedo para condenar, denunciar o impedir el Genocidio.
¡Y ahora vienen ustedes a
beatificar a 522 mártires!
Tienen ustedes la capacidad de
vivir en la mentira. Y de cosificar a las personas y a sus argumentos. Dirán que
mi escrito está hecho desde el odio y el resentimiento. Y no voy a enmendarles
la plana.
Cada Nochebuena que he visto el
llanto de mis padres, acordándose de un niño de tres años asesinado en aquella
fatídica Nochebuena, he sentido un odio íntimo, infinito e intenso hacía
ustedes, su ideología, sus escudos, sus banderas y crucifijos y todo lo que
representan. Ustedes hablan que su religión es el amor y la reconciliación pero
el amor lo dirigen al cobro de importantes e insolidarias subvenciones y la reconciliación
que predican tiene actos como el del pasado domingo en Tarragona. Nada para unos y el cielo, “su cielo”, para
otros.
Debería de darles una vergüenza
infinita que todos los intentos de recuperar la dignidad y la justicia para
nuestros cientos de miles de muertos hayan sido torpedeados, obstaculizados o
impedidos por ustedes, sus ministerios y cómplices judicaturas. Que hayan
echado de la carrera judicial al juez que hizo un intento de investigar “su”,
genocidio, que nunca prescribe ni prescribirá y que haya que tenido que ser una
juez extranjera la que se atreva a una mínima instrucción y convocatoria para
que de una vez por todas, alguna ley, aunque sea débil, arroje luz sobres sus
muchos crímenes y su infinita hipocresía.
¡Mala peste caiga sobre todos y
cada uno de vosotros!
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