Toda la vida, desde la pila
bautismal, acostumbrados a lo fácil. Al
éxito sin esfuerzo, a la vida edulcorada, a la existencia muelle.
Han disfrutado y utilizado el poder. Todo les
ha venido rodado, mascado, blanqueado. Han explotado, hasta la saciedad, sus
“cuatro” habilidades (hacer demagogia, decir obviedades, repetir halagos, reír
en las fotos) que cuando se les presenta una mínima contrariedad y tienen que
comparecer ante una liviana justicia se vuelven mudos, amnésicos, atemorizados,
incomunicables, peleles del guion estratégico.
Se palpa, se destaza, la
extensión de su miedo, de su banalidad. Toca fingir “respeto” a la justicia a la
que siempre han mangoneado. Toca no tener memoria. Toca el “sálvese el que
pueda”. Ser invadidos por una nueva
estupefacción: “Yo no he sido”. “Todo fue un error”. “Reconozco un cierto
desorden”.
Todo ligero, todo sutil, todo sin
huella. El mito de la inocencia original. El efecto extremo de la vida, y la
política, como “mercancía”.
El indecoro, el hedor, sube
grados. Si esto es así ante un juez “amigo”, ¿Qué no sería ante un tribunal
popular? ¿Ante la presencia cercana de
un jurado, con fondo de guillotina?
Desde 1789 el mundo se ha “revolucionado”
poco y nos hemos dejado regir, robar y legislar por los corruptos. Nos hubieran
venido bien más “roberpierres”, habría menos señoritos subidos en el caballo y menos amnésicos de ocasión.
Buscándolos a través de los telediarios,
los ve uno, bien peinaditos, con cara de no haber “roto un plato” ni de
llevarse un sobresueldo. Pero en otros momentos han pagado al contado mansiones
en Marbella, se arrodillado ante el Sumo Pontífice con mantillas de blonda y medrado
contratos de favor a sus cónyuges o le han puesto rostro al poder arrogante.
Hace unos años se inventó una
palabra para ellos: “aparatiks”. No se molesten en buscar su significado. Es
algo que tiene que ver con una desastrada cleptocracia.
Es decir, los que llegado el caso
sólo saben decir: ““No me consta, no me acuerdo, yo no he sido””.
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