Tengo la percepción, tenue pero firme, que la corrupción, el paro y los
recortes sociales son caras de una misma moneda. Y que al final, superada la
esquina de la estupidez y el paroxismo, están los mismos agentes.
No se trata ya de una crisis, ni de una gran estafa, sino del intento
consciente y programado de un cambio de modelo social para llegar a una
sociedad donde una minoría, enriquecida y corrupta, se imponga sin esfuerzo a
una mayoría empobrecida y sin derechos.
La línea de deriva del gobierno del PP en sus catorce meses de mandato no deja
lugar a dudas. Comenzando por un arrasamiento de los derechos laborales con una
mal llamada Reforma Laboral que ha transferido renta del trabajo al capital por
más de 6 % interanual y la mayor cifra de desempleo que ha conocido nuestro
país.
Seguida por unas políticas en sanidad, educación, pensiones, cultura y
justicia que buscan con descaro la privatización y convertir en un gran pastel
o negocio para unos pocos lo que no es sino un derecho social adquirido durante
siglos.
La sanidad está ya prácticamente controlada en nuestro país por el grupo
Capio, una empresa con domicilio fiscal en las islas Cayman, que se ha hecho
con el 60 % de lo “externalizado” y que cuenta entre sus accionistas con el
inefable marido de la no menos inefable Dolores de Cospedal, Rodrigo Rato y
Ángel Acebes, entre otros.
La educación está hecha al gusto de la Conferencia Episcopal y se ve como
un gran negocio de lo privado, con un rancio trasfondo ideológico a servir en
la mesa de los grupos ultras de presión.
El sistema de pensiones se ataca desde mil frentes, se consumen impunemente
sus ahorros, se aumenta sus exigencias para el cobro de pensión y, ladinamente,
aparecen a su lado los fondos privados como “alternativa”, que de otro modo no
es ni mejor ni más segura.
Se hace una justicia para ricos, se criminaliza la protesta social y, sin
pudor alguno, se habla de recortar derechos de manifestación y huelga.
Y la cultura es un burdo remedo, frito a impuestos y deteriorado a
conciencia. Se aumentan el IRPF, el IVA y todos los impuestos indirectos, se amnistía
a los defraudadores y se indulta a discreción a los delincuentes amigos.
Esta es la triste España, de la triste Europa, del triste y corrupto PP que
nos gobiernan y exprimen.
Y al final de la cuerda no hay sino un reducto epidemiológico, ancestral y
zafio de delincuentes que, además, se recochinean restregándonos la mayoría absoluta
que obtienen en las urnas.
Asombra este sadismo. Casi tanto como que entre todos no hayamos encontrado
ya la cerilla y la lata de gasolina para hacerlos arder en el infierno al que
nos han llevado.
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