El país era un guiñapo. Empobrecido, expoliado, ultrajado, carecía de
salud, física, moral y política. Vivía bajo el mayor escándalo de corrupción
que habían conocido los tiempos. 300 políticos implicados en casos de
corrupción institucional seguían aferrados a sus escaños, pagas y coches
oficiales. El soborno y la financiación ilegal bañaban al partido del Gobierno.
Era viernes. Se reunían el Consejo de Ministros. ¡Y parió la burra! El
fosforo mental de aquellos lumbreras encontró la solución. ¡Delenda est
Cartago! ¡Delenda son los mayores de 55 años!
Presididos por el mayor mentiroso de la historia, el tiempo y el espacio,
aquel que en una de su medio millón de mentiras había dicho que su “línea roja”
eran la salud y las pensiones, aquel Consejo de inútiles al cuadrado, había
encontrado la solución: dificultar, aún más, el acceso a la prestación por
desempleo a los mayores de 55 años, bloquearle el acceso a las prejubilaciones
a los mayores de 55 años, aumentarles la edad máxima de jubilación a los
mayores de 55 años, inventarse un coeficiente reductor por el que perdían hasta un 23 % de su posible pensión
los mayores de 55 años.
Este era todo su saber y ciencia. Habían pisado todos los callos posibles:
funcionarios, médicos, docentes, jueces, bomberos, mineros, sindicalistas,
estudiantes, enfermos dependientes, pensionistas, jóvenes, mujeres… y ahora le
pisaban el callo correspondiente a los mayores de 55 años.
A los únicos a los que no habían pisado ningún callo eran a los curas y los
banqueros. En realidad, el Gobierno era un “mandaó” de estos mismos. Los que
estaban detrás de la cortina eran estos: los curas y los banqueros, y el
Partido y el Gobierno del “gran mentiroso” eran la Pila Bautismal de esta
molécula de meapilas y defraudadores. Esta “democracia de la mantequilla”, que
cuanto más se toca, más se derrite.
La ciudadanía contaba los viernes que le quedaban a esta Biblia en verso.
¿Quedaría algo en píe? ¿Habrían algún “corralito” argentino-chipriota que
arramblara con lo que había debajo de
los colchones? O, ¿tendríamos la inmensa suerte de que la Ministra Portavoz,
esa pepona de la envergadura de un borborigmo, anunciara la “muerte el loro” de
aquella cosa precaria, untosa e inmasticable a la que llamaban “Gobierno”?
En cualquier caso, una cera seguía ardiendo, en caso de no encontrar nada a mano, volverían
a robarle algo a los mayores de 55 años.
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