El 11 de noviembre de 2004 fallecía en París, Yasir Arafat, entre la
extendida sospecha de envenenamiento por
Sida hecho por los servicios secretos israelíes con la ayuda de la CIA.
El 30 de diciembre de 2006 era colgado en la horca Sadam Husein, después de
una guerra de invasión por parte del
Ejército de Estados Unidos que provocó la muerte de un millón de personas
civiles.
El 2 de mayo de 2011 fuerzas especiales de los Estados Unidos dan muerte a
Bin Laden en una cacería institucional en una localidad de Afganistán.
El 20 de octubre de 2011 el presidente libio Gadaffi muere en Ibidem como
consecuencia de la guerra de invasión que las potencias occidentales promovieron
en una incalificable acción de rapiña por el petróleo contra el régimen libio que provocó la muerte
de 300.000 civiles.
El 5 de marzo de 2013 fallece en Caracas, Hugo Chávez, presidente de
Venezuela, mientras el gobierno venezolano asegura que ha sido víctima de una
intoxicación por cáncer llevada a cabo por la CIA.
Estos son los datos, los crímenes, la violencia extrema de una sociedad que
dice defender valores humanísticos y de libertad y que provoca destrucción y
muerte indiscriminada, sin ningún tipo de derecho o garantía procesal, que se
mueve por principios de rapiña y codicia sin límites y con total desprecio de
la vida y la condición humana.
¿Quién se puede creer ya que vivimos en una sociedad bajo el imperio de la
ley? Aquí no hay más ley que la del máximo beneficio de las sociedades
trasnacionales y los bancos, del capitalismo y de una minoría insaciable de personas,
falsamente revestidos de “democracia” y “humanismo”.
Nadie tiene, a estas alturas la menor garantía sobre sus vidas, cualquiera
puede ser agredido, expoliado, encarcelado o muerto por las llamadas “fuerzas
del orden occidental” si ello reporta un valor a una cuenta corriente o una
mueca o eslabón más en este imperio mundial de la mentira y el crimen.
Arafat, Husein, Bin Laden, Gadaffi o Chávez molestaban al “Imperio” y han
sido eliminados sin el menor escrúpulo, mientras sus asesinos, como cuervos, se
reparten el botín. Vivimos, de milagro, en “su” sociedad y en sus valores: el
crimen, la mentira, el escarnio, la absoluta falta de justicia y garantías
procesales.
La cuadrilla de criminales que nos gobiernan, a cualquier nivel, local,
nacional o internacional no merecen por nuestra parte mayor respeto que el que
pueda contener un eructo.
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