En el ojo de la lumbre del
verano, en pleno derrumbe por la incompetencia pepera, con las carnes
derretidas a recortes, se nos abre, con lucidez, una sola idea: ¡Nos atracan!
No se trata ya de la crisis
económica, ni de la prima (de riesgo),
ni de la tía (alemana), es que el Gobierno, los bancos, el capitalismo,
nos atraca. Todo el teatro de marionetas
de la crisis es una sola cosa: una transferencia de las rentas del trabajo y de
las clases populares a las rentas del capital.
La historia ominosa de los
últimos cinco años es la historia de un robo. Continuado, pantanoso y
desgarrado. Un robo a la ciudadanía para salvar a sus bancos, a sus
despilfarradoras cajas de ahorro, a sus multimillonarias pensiones de
jubilación, a sus mansiones, a sus amantes de lujo y a sus yates.
Una película de terror con sus
políticos comprados, sus decretos revestidos de falsos bienes patrios, de falsa necesidad y de falsa
irremediabilidad. Nos roban a manos llenas, a recortes llenos y a desvergüenza
llena. Nos dejan sin educación y sin
sanidad para imponer su educación (mala) y su sanidad (costosa) privadas. Nos
llevan al despido masivo de funcionarios, al exterminio de derechos laborales y
a convertir a las farmacias en boutiques de lujo para rellenar sus agujeros
negros, sus burbujas especulativas y sus créditos blandos.
No puede tomarse por casualidad.
Son unos ladrones. De vidas, haciendas y leyes.
Nos imponen una abdicación extraordinaria para mantener sus estándares de
vida, su opulento protagonismo, su complicidad con el gran capitalismo del gran
atraco, su desmesurada colecta de beneficios.
La envergadura del latrocinio es
inabordable. Es casi blasfemo. Por robar, nos han robado hasta los parlamentos
y los votos, el derecho de manifestación y de información, de huelga y de
reunión. Una altanera destemplanza que lleva a sus medios cavernícolas a
ignorar en sus portadas las mayores manifestaciones de la historia.
A partir de aquí se comprende que
sus jornaleros en forma de diputados de
pacotilla, aplaudan los atracos en sus parlamentos de pacotilla, en sus leyes
de pacotilla, en su efímera realidad de pacotilla. Y hasta nos envían a jodernos.
Sanguinariamente robados, arteramente
atracados, malévolamente esquilmados no deberíamos dejar de gritar: ¡Manos
arriba, esto es atraco!
No hay comentarios:
Publicar un comentario