Esta madrugada han cantado en mi
patio los mirlos que anidan en el Palacio de Viana. A pesar del frío la
primavera debe estar muy cerca. Pero
hace unas noches una voz lúcida pero desgarrada me dio la noticia: “Se ha
muerto Manolo”.
No estoy seguro de que estuvieran
oyendo la radio cuando me dirigía en coche al tanatorio, pero acierto a
recordar que oí el nombre de varios forajidos que ensucian la vida
pública. Manuel Alcalá, “Mao”, mi amigo,
el ser más limpio, y por algún momento he pensado que él ya formaba parte de
una militancia etérea que daba la batalla a la peste que nos asola.
Tal vez Manolo esté ahora
convocando a una reunión de obreros, apelando a su conciencia de clase, allá en
algún lugar del espacio universal, o esté afiliando al sindicato de luchadores
a figuras níveas de ese ignoto lugar, pero yo seguiré esperando -¿o será
recordando?- cuando Manolín, infatigable tras su mella dental, se pasaba por mi
lugar de trabajo: “Niño, que esta tarde nos vemos para discutir el anteproyecto
de convenio colectivo”.
Para él siempre había una reunión
pendiente, una asamblea que preparar,
una pintada que hacer o un “Mundo Obrero” que vender.
Esa fue la pequeña patria de mi
juventud militante: las reuniones en el “Juan”, la entrega de carnets en la
casa rural en la parcela clandestina, la manifestación del “30 de abril” para
el 1º de mayo… y Manolín siempre presente.
Manolo seguirá existiendo sobre
la base de sí mismo: incansable, insobornable, puro ante la lucha social y la
conquista de libertades. Un viento de tormenta se llevó las libertades por las
que luchamos varios lustros y nos quedó sólo el olor a tinta de la vietnamita,
las madrugadas en los polígonos industriales llamando a la huelga en pasquines
caseros y aquella calidez humana tras cada nuevo y permanente esfuerzo de
lucha.
Manolo Alcalá ha muerto, pero nos
queda la rebeldía intangible del ser más puro. Luchó, más que nadie, por la
libertad y se mantuvo siempre limpio de las suciedades de algunas políticas y
políticos.
Canta ahora el primer mirlo de la
primavera sobre la peste nuestra de cada día, y aunque todo parezca derruido,
en algún lugar el esfuerzo humano habrá encontrado un punto de belleza en que
apoyarse: un fuerte perfume a libertad.
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