Antes de que se celebraran las elecciones, en las
autonomías, en los ayuntamientos, había ladrones, chorizos al vino, concejales
de urbanismo, contratos privilegiados a cleptómanos, delincuentes con carnet de
determinado partido y el espectro de la
corrupción general con un gobierno detrás.
El país habitaba entre la desolación, las mordazas y los fiscales defensores de
los embutidos.
Ahora hay un pasteleo casi general, reuniones, reservados de
restaurantes, listas y listos a costa de la democracia, la pobre. Los llamados “líderes”
van más allá de su volumen y la pregonada limpieza no tiene los ojos verdes ni
camina descalza por la playa de la libertad, entre el pueblo varado por las
urnas.
Los políticos ungidos son los únicos comisarios de este
pastel. No hay ni signos de rebelión, todos se aferran al tesoro de sus
posibilidades y sólo los muy pringados, pillados en el “ajo”, dimiten por el
peso de sus conciencias y de la opinión pública mal informada.
En el inicio de este verano del gran batacazo de la
social-cleptómana se está producción el primer oreado de las alfombras. De
pronto todo el choriceo de décadas de poder de los embozados en la financiación
irregular ha rebozado sus límites y amenaza con desbordarse fuera de la copa gubernamental que los
alentaba y protegía.
Algo hemos ganado. En adelante ya no podrá entenderse el
gobierno de las ciudades como el recuento en un coche de los billetes afanados:
“cuatro mil, cinco mil, seis mil: un millón de pelas”.
Ahora, si roban, todos
se andarán con más cuidado, no sea que el “socio” no trinque y te deje con el
culo de la mayoría al aire.
Este era el espacio podrido, un estado de ánimo, un estilo
de vida, con todos los caciques y capos revueltos entre banqueros rescatados y
empresarios donantes, donde las asambleas populares y la voluntad ciudadana no
tenían sentido.
Ahora, El Pueblo, después de conquistar las esferas de las
urnas, ha entrado a ser observador de cómo se parte el bacalao.
Pero no podrá decirse que el aire fresco ha llegado hasta
los altos salones del crimen hasta que
no se descubra que el poder es bello como un teorema, si camina descalzo entre
alcaldes sin coches oficiales y partidos corruptos de nacimiento relegados al
grupo mixto. Cuando se de esa imagen del gran chorizo entrando en el
coche policial empujado en su nunca corrupta y la misma sea un modelo y no un
poder cobrando dietas y sobresueldos.
Cuando se consiga transformar a esa muchacha de ojos verdes
(la libertad) en una melodía, en una estrella de álgebra, en un paisaje o en un
banquero ahorcado, entonces, seremos libres e inmortales.
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