Al final de la década de los
setenta del pasado siglo se situaron en el poder. Acreditaban “cinco” años de
cómoda clandestinidad, tres chaquetas de pana, una cazadora anfetamínica, el
apoyo de la socialdemocracia alemana y un “intelectual” de lomos de libros.
Captaron a medio millar de
verticalistas aburridos, dos despachos laboralistas de principiantes de
derecho, grandes dosis de cinismo y formaron un partido y un sindicato. “Históricos”
y “socialistas”. Ambos.
Con toda esta tropa oliendo las
esencias del poder y sus derivados, ganaron las elecciones. Y aquí me las den
todas.
Con esta cutre estética política
cayeron en aluvión sobre Andalucía. De primeras hasta se hicieron “andalucistas”.
Cantaban el himno, iban a la carretera de Carmona a conmemorar un fusilamiento
y citaban a Díaz del Moral.
Hasta que hicieron dimitir a un
presidente, hablaban de “reforma agraria” y crearon el IRYDA. Hasta ahí
llegaron las aguas. Porque le dieron el
título de “hija predilecta” a una duquesa terrateniente y pasaron a situarse en
todas las consejerías, direcciones generales y delegaciones provinciales donde
se movían ayudas, subvenciones e intereses lógicos de “o nos votáis o quedáis
sin empleo y en la puta calle/paro”.
Bastantes hicieron lo que Juan
Guerra llamó “su montoncito”, pero presumían de “honestidad” y “honradez”. Cien
años, nada menos.
¿Qué que pasaba en Sevilla,
capital de Sevilla? Que había una
acumulación histérica de socialistos –digo socialistas- recién llegados. Se compraban su chalet adosado en el Aljarafe
y vendían por tres veces su valor de mercado cualquier servicio que le
prestaran a la “Junta”. Era el andalucismo de etiqueta. Al final, la naturaleza
y la moral siempre coinciden: se pusieron como locos a bailar sevillanas
enseñando el Rolex de oro en la muñeca.
Les interesaba más el índice Dow
Jones que el marxismo y acabaron tirándolo por la borda felipera y cuando el
volumen de beneficio se media en “pellones”. Se forraron con el AVE y una Expo
y se “lo” llevaron calentito en el doble fondo de la bragueta.
Todo les pareció tan normal y tan
impune que se inventaron una nueva filosofía: la del “consejillo”. Empezaron a
subvencionar la idiotez y jubilaron, en fraude y con el dinero público hasta el
suegro de Jesulín. Tú no ERES más que yo, le decían a la derecha. Y entre conseguidores del sindicalismo
chupón, juergas con droga, prostitutas y mariscadas en feria llegaron a creerse
que la propiedad del cortijo era a perpetuidad.
Por lo pronto los “cautivos” de
la Andalucía rural los siguen votando en masa y las urnas siguen dejando en la
presidencia a cualquier mediocre estudiante de derecho –a diez años la
licenciatura- que diga que “los andaluces son lo primero”.
¡Y lo que te rondaré morena!
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