Las calles de San Pablo, Alfaros,
Puerta del Rincón, Santa Isabel, Isabel Losa, Enrique Redel y Hermanos López
Diéguez configuran y delimitan un barrio de Córdoba de marcada personalidad.
Su carácter es tan notable que
intentos de amalgamarlo con otros barrios como Santa Marina o San Agustín o
incluso en una inocua “Zona Centro” no han dado nunca resultados.
A los efluvios de la burbuja
inmobiliaria, a sus especulativos negocios y “cash flow” se apuntó la burguesía
ciudadana, con algún resto de la nobleza, propietaria de una mayoría de sus
fincas urbanas y solares. Tácitamente,
declararon la “muerte por abandono” de su conjunto urbano, esperando que las
humedades, la climatología extrema, la desatención y la incuria arruinaran el
patrimonio y la moral de sus envejecidos vecinos.
A fe que lo han conseguido. Visto
el barrio en su conjunto, parece una ciudad bombardeada de una contienda
internacional: manzanas casi completas derruidas, crujías abatidas, arbustos y
matorral desparramado, ratas…pero la cuenta de la lechera ha fallado. Se ha
volcado la cántara, quiero decir que se ha desinflado la burbuja.
Las que pasan por ser “autoridades”
–tan solo “pasan”- han sido fieles aliados de esta estrategia, de este
asesinato de una parte del Casco Histórico, del que presumen de que sea “Patrimonio
de la Humanidad” cuando en nuestro caso sólo es patrimonio de su inmundicia
mental y de los roedores y olores fétidos que nos cercan.
Nuestro barrio “no existe” para
ellos. Somos absolutamente subsidiarios de todo y de todos los demás.
¿Ejemplos? A cientos. Pasan por el eje
Alfaros-Puerta del Rincón hasta cinco líneas de autobuses, ¡ninguna tiene
establecida una parada en el barrio!
Durante la celebración del último
concurso de Cruces de Mayo se dio el paradigma más representativo. Acosados o
con alguna vergüenza ajena del espectáculo de “botellón” de la exitosa Cruz de
la Hermandad de la Paz en la Cuesta del Bailío pusieron esfuerzo de vallas y
agentes para impedirlo. Pero se contentaban con que se trasladara, masiva y
bochornosamente, hacia las calles de nuestro desgraciado barrio.
Cientos de llamadas de vecinos,
literalmente “meados” en sus casas, portales y macetas fueron ignoradas por los
agentes, que al mando de las “supuestas” autoridades estaban muy contentos de
que en el Bailío no hubiera botellón.
Mientras tanto el barrio sufre el
cerco y derribo en cada “festividad”, los vecinos creyentes rezan por que no se
de un caso de emergencia en, pongamos por caso, cualquier día de nuestra Semana
Santa.
El cierre, por tierra, mar y aire
de las calles del barrio, dura entre cinco y ocho horas cada día penitencial. A
prueba de ambulancias, infartos, incendios y bomberos. Si tiene coche apresúrese a aparcar en su
cochera antes de la seis de la tarde, porque si no búsquese un parking privado
hasta las cuatro de cada madrugada.
¡Y nada de planificación del
tráfico, de remodelación del viario del ochenta por ciento de las calles,
empedradas como Dios y el río les dio a entender a los urbanistas del hace
siglos. Muy “tipical spanish” las piedras y las losas de granito, pero prueben
a andar por ellas entre restos de botellas rotas y sin un calzado adecuado!
Otro ejemplo: la calle Juan Rufo
bate el record de obras. Cualquiera que tiene algo que canalizar:
alcantarillado, gas, electricidad, fibra óptica, va y levanta sus piedras, las
pone patas arriba, sin tener mínimamente en cuenta si hace dos meses alguien también
lo ha hecho. ¡Y la ordenación del tráfico de la misma! Que alguna asociación –siempre
de fuera del barrio- presiona al Ayuntamiento porque le molestan los coches en
determinada dirección, allá que cambien
el sentido de su caótico tráfico, para arriba, para abajo, con salida a la
calle Imágenes, con salida a Conde Arenales…
Pero lo que realmente les debiera
dar vergüenza a las autoridades –si la tuvieran- es el estado del monumento
emblema: La Fuente y su Torreón. Derruido, entoldado para que los cascotes no
maten a los vecinos, degradado, ocultado por todos los objetivos fotográficos…
mucho más que de pena.
Si cualquier ciudadano europeo tratara así a sus piedras más venerables, como son las de la fuente para los vecinos que
vivimos o hemos nacido aquí, sería inmediatamente desposeído de su condición de
habitante de un país civilizado. Tenemos piedras, un rincón histórico recogido
en cientos de documentos, memorias y paseos, y lo tenemos derruido, rodeado de
ratas y al albur de una racha de viento, por no multar u obligar a su propietario
a que las reponga y restituya a nuestra memoria sentimental e histórica.
Un grupo de personas de ciencia,
europeas, visitó Córdoba a principio de los años cincuenta del pasado siglo y
quedaron maravillados. Se prometieron volver y contactaron con su amigo, Carlos
Castilla del Pino, que por carta les dijo: ¡Deben darse prisa si quieren volver
a ver Córdoba, se cae!
Con La Fuenseca, con su barrio,
con su fuente, ya no les hace falta la prisa. Ya se ha caído.
El poeta, casi vecino, Pablo
García Baena, lo recogió así:
“Porque las piedras que amabas a la tarde han sido derribadas/ talados
los cipreses y su claustro de salmos silenciosos/destruidos los arcos/el
capitel rodó sobre la ortiga/y los artesonados aplastaron
blasones/soberbia/yelmos, gules…/Corrió la lagartija sobre lises/ y las manos
falaces arrasaron vergeles…”
Oh inmortal, eterna, augusta siempre/ oh flor pisoteada de España.
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