A un ministro de un extraño país se le ha ocurrido la idea
de crear una especie de certificado o “carnet de pobre”. El ministro, que multiplicó por cinco el
valor real del alquiler de un local de su alcaldía, cuando era regidor de un
templo de la corrupción y el amiguismo, no duerme todavía a la sombra.
El post liberalismo, sabedor de que va ganando la lucha de
clases, quiere institucionalizar todo: los pobres con carnet, como los
defraudadores, los que especulan con el hambre y la vivienda, los que duermen
en bancos de la calle, los que duermen sus crecidas fortunas en bancos de Suiza…
Todos debidamente documentados. En el horizonte habrá una
inmensa mayoría de desharrapados y una minoría de “demócratas” de la
exclusividad y amantes del codillo de cerdo.
Disculpe el señor,
dice Serrat:
“ No piden limosnas,
no... /Ni venden alfombras de lana/tampoco elefantes de ébano. /Son pobres que
no tienen nada de nada.”
La miseria golpea la blindadas murallas de Occidente y la
Guardia Civil no reparte caramelos, mientras los políticos de oficio juegan a
Candy Crush o la perejila y hacen del paro, el hambre o el desahucio forzoso un
estribillo malva para repetir en sus cansinos mítines de campaña –a los que
sólo acuden y escuchan ellos- .
“¿Quiere que les diga
que el señor salió...?
¿Que vuelvan mañana,
en horas de visita...?
¿O mejor les digo como
el señor dice:
«Santa Rita, Rita,
Rita,
lo que se da, no se
quita...»?
El terrorífico espectáculo de un ex portavoz parlamentario de
un partido –o partía- que gobierna y que paga, a tocateja, medio millón de
euros, de un “despiste” anterior, que se inventa una acreditación para su
pobreza mental y la física de la mendicidad que crea.
“Hoy, no le toca
comer a usted, que ya comió ayer, según dicen en su carnet.”
Y así. Santa Rita,
santa Rita.
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