¿Qué es una “ofensa” a España?
¿Cómo se puede “ofender” a España? ¿Qué es España?
Hay caminos muy diferentes. El “patriota”
se ha levantado tranquilamente después de un sueño confortable. Ha desayunado café,
tostadas y zumo de naranja en el jardín; ha besado a los niños que se iban al
colegio suizo y al bebé que se ha quedado en la cuna; luego se ha dado una
buena ducha, y mientras se afeitaba ha recordado los temas del Consejo de
Ministros que tenía que tratar en las horas siguientes; su mujer le ha
despedido en el porche de la mansión familiar y el coche oficial lo ha recogido
camino del complejo de La Moncloa.
El “ofendedor” se ha despertado a
las cinco de la madrugada. Ha desayunado un café urgente y, de píe, delante del frigorífico ha mordisqueado algo
sobrante de la cena. Los niños y su mujer, dormían en la vivienda con la
hipoteca pendiente de pago en los próximos 20 años y después de tomar dos
autobuses y una línea de metro, ha llegado un minuto antes de que se cierre el
control del fichero de su empresa.
En el Consejo de Ministros se ha
hablado de una renovación de créditos Fiscales a la Banca, un asunto que puede
costarle a las arcas públicas 30.000 millones, de los anteproyectos de la ley de
seguridad ciudadana, regulación de los servicios mínimos en una huelga y de los inevitables indultos de cada viernes
a condenados, amigos o donantes del partido del Gobierno.
En la jornada de ocho horas y
media del otro ha tenido que ajustarse a las nuevas tablas de tiempos impuestas
por la empresa por razón de competitividad y, durante el tiempo de bocadillo,
ha escuchado al Comité de Empresa hablar de la posibilidad de que la empresa
presente un ERE que reduzca 1.000 empleos y el sueldo un 30 %, aparte de
congelar o suprimir antigüedad y otros pluses.
El resultado del esfuerzo de uno
y de otro es parecido. Uno es un potencial “patriota” y el otro, a las puertas
de la manifestación o huelga para defender su puesto de trabajo es un “ofendedor”
y, por ende, un peligro para la “seguridad ciudadana” de las “personas decentes”.
Cumplido su respectivo papel, uno
vuelve a su mansión, en el inevitable coche oficial, donde le espera su amante
esposa y entretiene el itinerario leyendo la prensa adicta, el ABC, La Sinrazón
y la Gaceta, orladas de soflamas y lameculos a la “brillante” gestión de Sus
Excelencias y el otro, vuelve a tomar el metro y los dos autobuses, sin saber
si mañana estará en la lista de despedidos con una “generosa” indemnización de
18 meses, máximo, que establece la
Reforma Laboral, gloria del régimen y de las alcaldesas lerdas, pero equitativa,
que dicen en las altas tribunas de la mentira y el crimen.
¿Ha hecho caquita el niño?,
pregunta el “patriota” en un rasgo importado de caridad conservacionista de la
especie, mientras el otro, el “ofendedor”, piensa que este país, su ciudad, su
barrio y su, teórica, patria son una puta mierda.
Uno puede ser elevado a los
altares de la puerta giratoria y el otro puede ser condenado a 60.000 euros de
multa como miembro de un piquete.
El silencio incluye, siempre, a
la vida y a la muerte. A los salvapatrias y a los ofendedores. A la razón y al
asco.
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