Esperpento Uno.
Una señora envuelta en pieles,
ante el inmenso basurero de su mente, en la inmundicia de su desapego social,
se atribuye un onírico éxito por su gestión, siempre banal, siempre anulada por
los hechos. Al fondo, una masa de obreros, primero vendidos al mejor postor de
la privatización, después atacados en 1.200 puestos de trabajo y casi la mitad
de su salario, escarnecidos por una bandada de especuladores, chorizos,
blanqueadores y políticos del maletín.
La señora envuelta en piel de
zorra habla excelencias de las leyes del Gobierno de su partido. En medio hay
12 días de huelga, frío y hambre. Un
costo de 900 euros por huelguista y nómina. La zorra, digo la señora que usa su
piel, dice que el culpable es el Sol, un dios fiero que hace que, de vez en
cuando, haya luz.
En su tumba, el espíritu de Valle
Inclán se revuelve.
Esperpento Dos.
Un señor con cara de cura, que
duerme a la sombra de sus trajes de regalo, humea la paja encendida de
toneladas de corrupción, visible e invisible. La miseria de su veredicto de “no
culpable” alarga la sombra de su rapiña institucional. Un juez de provincias, acosado por coronas y sueldos de fiscales a su servicio, le ha
dicho que declare sobre su chaflán millonario, al mediodía de un domingo.
En chanclas, se ha reído de él y
de la Justicia, nuevamente, En la crisis del cemento hormigonado de las caras,
bosteza ante las llamadas telefónicas, al abrigo del poder que rompe los discos
duros de la moral y de la ley. El “curita”
cree que todo el monte es orégano. Y que la corrupción fermenta
aeropuertos sin uso.
Don Ramón María, cráneo privilegiado,
contesta desde su tumba: “¿Esperpento? Mi estética es una superación del dolor
y de la risa, como deben ser las conversaciones de los muertos al contarse
historias de los vivos”.
Esperpento Tres.
Una costa recién limpiada del
aniquilamiento negro. Sólo son percebes, dicen los ussias y marhuendas
chapoteados. En las escalinatas de sus templos de la mentira togada, 11 años de
instrucción, 4.200 millones en la factura del erario público. Nadie es
culpable. El Gobierno de los hilillos de plastilina lo hizo “razonablemente”
bien. Todos a sus casas a comerse el turrón y el mazapán blanco, que el negro
ya se lo han comido otros.
A la sombra de estas aves de
rapiña, un país hastiado, expoliado y vendido al Judas del dios mercado. La
miseria humana constituye un mar sobre el que se cimenta esta falsa salida del
túnel. Vivimos en el túnel y
descarrilados.
A través del espejo roto de su ultraje
de grandeza, sólo se ve podredumbre. Una
cotidianidad sumergida en la peor de las basuras: la moral.
Don Ramón María habla por voz de
su personaje Max: “ ¡Canallas!... ¡Todos!... ¡Y los primeros nosotros, los…
votantes!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario