Cae plomo derretido sobre el Valle del Guadalquivir. El aire,
adensado, se hace irrespirable por momentos. Se aprovecha cualquier mínima
brisa nocturna para estar al aire libre.
La conversación se hace fácil. Casi como un bálsamo frente al rigor del estío.
Tomo una cerveza en un velador callejero. Un conocido, saca como tema de conversación
mis escritos en este blog. Me da una larga opinión.
Dice que están bien pero con un
problema de fondo. Son utópicos y fuera de la realidad. Según él, los momentos
actuales son de “liquidación del estado de bienestar”. Este, “irreal estado”, se creó como un
contrapeso al desarrollo de los sistemas comunistas. Las socialdemocracias
hicieron una serie de concesiones sociales para frenar el auge del socialismo
real.
Una vez, -según él- caído y fracasado el modelo, el liberalismo
económico se impone y se vuelve al darwinismo social que caracterizó la primera
revolución industrial. Los estados “se
adelgazan”, extirpan o reducen las dependencias y necesidades sociales de los ciudadanos y se vuelven a la
pura subsistencia de los mejor dotados. Si alguien quiere tener una pensión
cuando se jubile que se la pague. Igual con la Sanidad, la Cultura o la Educación. El estado sólo debe atender lo mínimo, lo
justo para que la gente no se muera por la calle o no sea analfabeta del todo.
Según mi interlocutor esto es lo “moderno”
y hacía lo que se encaminan, en globalización, las economías del planeta. Dice,
que a los progresistas nos puede gustar más o menos, que podemos patalear,
manifestarnos o ponernos en huelga. Pero que esto es lo que hay.
Se pone agorero y dice que en el
caso, cada vez mas probable, de una intervención global de la economía
española, que nos despidamos de la pensiones de orfandad y viudedad, que las
pensiones por jubilación se reducirían por encima de su tercera parte, lejos cualquier atisbo de ayuda a dependientes,
parados o enfermos y de cualquier
vinculación mínimamente fija de los contratos de trabajo. Pura “modernidad”
El verano se hace más agobiante.
Estoy ante un representante, amable circunstancialmente, del abyecto caudal de
ideas que nos mal gobiernan. No acierto a valorar la verosimilitud de sus
análisis, pero si fuera cierto, ya estamos perdiendo el tiempo. Hay que
reventar las calles, los parlamentos, senados y ministerios.
La fuerza que quiere
desintegrarnos es, básicamente, la más perniciosa forma de terrorismo conocido
hasta la fecha, ni siquiera llevan capucha, porque a sus ejecutores casi nunca
se les ve. Les llaman mercados, primas
de riesgo, partidos populares o “tea
party”.
La ambigüedad, lo comodidad o el
silencio pueden resultar sus cómplices. Tal vez nos esté esperando una larga,
tenaz y contundente resistencia. Cada
uno de nosotros una respuesta. O barricada.
Es el capitalismo, idiotas. O ellos o nosotros.
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