La Mafia
Un gallego con tirantes los puso en marcha. Organizar,
universalizar, sistematizar, acceder al poder y disfrutar de él. El robo, el cobro sistémico de la comisión,
de la donación electoral o no, favorecer a los poderosos para que ellos los
favorezcan. Cambiar el Urbanismo y sus Planes. Recalificar. Reconvertir. Hacer
de oro al cemento.
Había ancestros. Los Borgía, la Oprobiosa, sus generales,
sus ministros, sus curas… Un universo de mordidas y estocadas, pero en realidad
tenían muy poco misterio. Por otra parte
el hacha del verdugo o el pelotón de fusilamiento a los órdenes del “secretario
general” de una cosa que se movía eran demasiado rudimentarios, si se comparan
con el sacramento del Boletín Oficial
con la subvención oculta. Todos tenían
madera de delincuentes profesionales pero se presentaban como partido de “centro-derecha”.
Usaban corbatas verdes y se peinaban con gomina. Jugaban al pádel
y sus esposas presidian mesas de la Cruz Roja.
En Sicilia la mafia agraria cometía crímenes envueltos en un
silencio compacto, bajo el perfume que dejaba en las jaras ensangrentadas la
pólvora de la escopeta de Salvatore Giuliano.
No era el caso. Se asociaban en tramas, contaban billetes de
seis en seis y acudían, todos juntos, a bodas de postín en Reales Sitios, donde no sonaban las
tarantelas y se paseaban los bigotes.
Hablaban, con la boca llena, de comisiones, de la “Patria”
del “Estado” y de su “Sentido”. Mientras
bailaban sevillanas de academia o hacían negocios en “el Palco”. En Chicago los
hubieran llenado de plomo en un garaje o en Siracusa los habrán colgado de un
puente mientras sonaba un aria de la
Traviata.
Aquí no, los hacían ministros y ministras sin preocuparse de
si tenían cuentas en Jersey o eran unos visionarios del “General” con el brazo
el alto.
Todo empezó con un embajador en Londres que arrancaba
teléfonos de cuajo y terminó –de momento- con el gestor del 50 % del PIB
diciendo cuatro mentiras en rueda de prensa, en tres días.
Hoy tienen a cinco tesoreros encausados, 300
cargos públicos imputados y ningún juez ha
promovido todavía un ilícito por “asociación
criminal y organizada para delinquir”.
Los tenemos ahí: en el Ayuntamiento, en el Gobierno de su
Autonomía y en de la Nación. Se reúnen en Consejo de Ministros y tienen una
nómina de tertulianos que los defiende hasta el ridículo en “sus” medios
desinformativos. Bajo las inciertas estrellas
mesetarias o tras el saqueo hasta las raspas del Mediterráneo, se reparten sus ganancias y
cuentan sus votos comprados a la idiocia.
En las leyes de aquel país se consumó una revolución: el
robo y la mentira fueron instituidos como
materia sagrada. Había una prima por votarlos.
Todos sentíamos un perfume embriagador.
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