El Tribunal Constitucional, tan
alto como inexistente, se pliega en menos de un mes tres veces al dictado del
Gobierno deslegitimado de turno. Sus recursos son ley, pronta, inmediata.
Cuando de consuno tardan meses y
años en admitir un recurso o dictar una mixtura de ley, ahora se han reunido en
menos de 24 horas, y hasta en domingo, para dar aquiescencia a una petición de “su”
Gobierno.
Es fatal, Montesquieu, está
definitivamente muerto y enterrado. Tronos, corrupciones y tarjetas en negro ofician
el funeral. En poco tiempo se han
llenado de toda la certidumbre podrida de este estercolero en forma de Estado.
Falsamente severos, intangibles y
vestidos de negro luto, sus togas, manguitos y puñetas se han puesto al
servicio incondicional del crédito y del poder.
Le han dado una patada en los
huevos a la democracia prohibiendo votar a catalanes y canarios sobre algo tan
incuestionablemente sacro como las señas de identidad de un pueblo o el miedo
al chapapote genuflexo de los corruptos de la industria y el horror ecológico.
Ya ha dejado de ser preceptivo
confiar en la justicia. Ahora es un adobo del poder de las multinacionales, la
banca y de los partidos financiados ilegalmente. Arguyen leguleyas razones,
pero sus partes pudendas han quedado al descubierto.
El propio Montesquieu dijo: “Para
ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella.”
El Tribunal Constitucional, que
tiene pendiente la admisión a trámite de un recurso contra una reforma de la mal llamada “ley de
leyes”, hecha con agosticidad y alevosía, como es la del artículo 135, que
antepone los intereses de la banca internacional a la soberanía nacional, ha
demostrado que tiene de todo menos grandeza y que su apego a los partidos que
los han nombrado está por encima de las gentes.
Los magistrados son poco más que
estatuas, susceptibles de tropezar con el error y hacernos sufrir sus hechizos
y sus ascos. Son efigies de esta mazmorra de país e instrumentos de un poder
anclado en la basura.
Sus dictámenes son una blasfemia,
un preservativo de la democracia. O, simplemente, un escándalo.
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