Con apenas una mínima perspectiva temporal la convocatoria
electoral del 9-N en Cataluña se ha saldado con un fiasco importante del
Gobierno Central y un triunfo contundente, no ya del independentismo, sino de
la ciudadanía catalana.
En los tiempos que corren, una muestra de regeneración moral
y cívica como la realizada por los ciudadanos de Cataluña pasa al acervo común de
los pueblos y las libertades y mejora nuestra condición global de ciudadanos
del mundo.
La imagen de personas de toda edad y condición aguardando
durante horas para ejercer un derecho tan denostado y aparentemente inútil como
el de voto ante una urna nos reconcilia
y regenera a todos.
La sociedad civil y las organizaciones ciudadanas catalanas
han llevado en volandas, y en ocasiones a rastras, a sus políticos y caducas
formaciones, y han impulsado un proceso ejemplar de como los derechos de
decisión, expresión y manifestación son, y se deben convertir, en
irrenunciables.
El Gobierno Central, torpe, anacrónico y lastrado por un mar
de corruptos y corrupciones, no ha pasado de la amenaza tabernaria y del
recurso infame del legalismo, que no le exime de su responsabilidad en la falta
de visión y acercamiento de la realidad que desea, y por otro lado padece, el
pueblo ingobernado por una casta miope, con una rancio centralismo y soportado en el peor de los nacionalismos, el patriotero
y secular de los privilegiados.
La consulta se ha hecho posible porque las organizaciones
ciudadanas han importado 42.000 voluntarios, que sorteando amenazas, obstáculos
y provocaciones del patrioterismo carpetovetónico, llevan germinando, organizando
y aportando inteligencia colectiva a un proceso que se ha mostrado imparable.
Todos, los ciudadanos de cualquier lugar de este solar
arrasado que llamamos “España” hemos ganado con esta consulta. Hemos comprobado
que la desobediencia es posible, por encima del juridicismo leguleyo, de las
estrechas fronteras de las estrechas mentes gobernantes, sólo amplias en
corrupción y bagatelas.
Los “chulos de taberna” gubernamentales se han jactado una y
mil veces de que la consulta no se iba a celebrar, y su palabra, su imagen y su
capacidad han quedado literalmente arrastrados por el lodo de su manifiesta
incompetencia.
Han ejecutado un proceso desestabilizador frívolo,
descalificante, han reunido millones de firmas desde la mentira y el odio entre
pueblos, ha propiciado una sentencia del Constitucional tan irresponsable como
sus miserias y sus carnets de partido y luego, en el colmo de su torpeza,
acusan a la parte contraria de sus errores e incapacidad.
Sana envidia de una ciudadanía que en la calle, en las urnas
y donde tiene que hacerlo ha respondido al insulto, a la descalificación
gratuita de gobiernos y campañas mediáticas, con inteligencia y trabajo.
Si hubiera que valorar un punto de salud en el nefasto
panorama de nuestra realidad diaria, con contabilidades en B, financiaciones ilegales, contratos
adjudicados al mayor donante, expoliadores de lo público y pendones viajeros, no habría nada mejor que
esa imagen del entusiasmo de una multitud de voluntarios, defendiéndose a sí
mismos y a la razón.
Esa ciudadanía anónima, que mete en los hígados del estado a
2.250.000 voluntades nos llega grande, sin concepto, como la inmensa sombra de
la libertad.
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