En la redacción de un periódico
de provincias, el director alecciona a sus miembros: “Cubrid la muerte de la
duquesa desde todos los ángulos. Las diez primeras páginas al completo.
Resaltad su vinculación con la ciudad y provincia, que parezca que ha nacido y
vivido aquí.”
En un barrio marginal de la misma
ciudad, mirando la televisión desde el alféizar de una ventana, tres
parroquianos comentan la actualidad:
-Se ha muerto la vieja pelleja esa, de
Sevilla.
¿Pero estaba viva, yo
creía que era una mojama?
No te jodes, no podía
ser más vieja y más puta.
En el balcón de la estancia del
Ayuntamiento que da al campo andaluz terrateniente, un alcalde de izquierdas,
da instrucciones al secretario:
-
Que se
convoque una misa por su eterno descanso
-
¿Una misa?
-
Una misa o
un velatorio, qué más da. Este pueblo es
casi suyo, no podemos morder la mano que nos ha dado de comer
El director del periódico, el
macarra que trafica y el nominal alcalde de la nominal izquierda son, en realidad,
de ambigua ideología. O de una sola ideología: la reverencia ante el poderoso y
el que paga, aunque sea en dádivas limosneras.
El único enigma de estas mentes es
con que van a guisar las habichuelas del día siguiente. La ética periodística,
la coherencia política y la conciencia de clase no han existido nunca. Este es
un mundo de banqueros, presidentes y partidos corruptos y aristócratas dueños
de la tierra de la odiosa molécula postmodernista. Los cursis dirían: el statu
quo.
Una multitud verbenera aparece en
las imágenes de la televisión ante el féretro de la momia. ¿Serán los mismos,
trasmutados en el túnel de tiempo, que hace treinta y nueve años?
En el decrépito bar del decrépito
barrio de parados, macarras y pequeño-traficantes, moriles y dominó, un ex
legionario comenta:
-Pissha, que se ha muerto la duquesa
El colega responde:
A mí, la duquesa y tú, me la reflanflifan
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