Veo el horror del contraste en una fotografía. Su dimensión,
nos pone al borde de la quiebra moral, económica y política.
De un lado, los jóvenes africanos trasmutados al límite extremo
de la desesperanza.
De otro, un mundo artificialmente verde, insaciable e
insensible.
Unos juegan al golf, relajados, abocados a que una fuerza
represora y cruel defienda su mundo de privilegios. Otros, encaramados en el agotamiento, el
dolor y el hambre, subastan, sin quererlo, su miseria a un fenómeno de vacío.
Los amos del mundo, defendidos por la civilización cristiana
y occidental, frente al África expropiada y colonizada en sus riquezas,
allanados en sus derechos como seres humanos por el insaciable rigor de la
hipocresía de los estados y los gobiernos.
Arrasada nuestra mente, al descubierto nuestra falsa
humanidad de pacotilla, puestos en almoneda nuestros falsos principios de
dignidad y justicia, quedan los sepulcros blanqueados de la fe, de la comunión diaria
y la proclama inútil de la ley y la justicia.
Quedamos retratados en la imagen, ¿dónde está el límite del
horror? ¿Entre la muerte por agotamiento y hambre, y los pulcros jugadores de
un deporte de élite sufragado por fondos públicos, en triste ironía para “promocionar
el desarrollo de los pueblos? ¿De qué pueblos?
La magnitud de la imagen agota todo derecho. Habla por sí
sola. Solo la propia condición
ignominiosa del ser humano puede hacer que no nos juzguen a todos por ella. Es
de juzgado de guardia. Y de cárcel. A la “civilización cristiana”. A la marca
Europa. A la marca España.
Un colosal vacío se abre ante nuestros pies. Van a seguir
viniendo. Y nosotros vamos a seguir jugando al golf y votando a los saqueadores
de bancos y derechos.
El fenómeno salta de categoría, es decir, cuando las leyes
de la política económica sean abatidas por las leyes de la demografía.
No habrá vallas. El crimen y el castigo serán una ecuación
irreversible.
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