Excalibur ha sido la tercera víctima. Todos somos Excalibur. Todos somos perros. Si, las “autoridades sanitarias”, que no habían
desinfectado nada, ni la casa, ni las escaleras, ni la ambulancia, ni la habitación
donde se atendió a una enferma de Ébola, han “desinfectado” al perro. En primer
lugar.
Tendrían que desinfectarnos, con
gases exterminadores, de los políticos, de las administraciones y de los
sistemas económico-financieros-laboratorios-multinacionales que han hecho posible
el Ébola. Que hacen posible esa terrible realidad que se llama “África”. Pero
no, nos han desinfectado de Excalibur.
Su lamido era un beso al
sentimiento, su familia era la fidelidad, sus ojos dos preguntas húmedas sobre
la humanidad. Las “autoridades sanitarias”, las que recetan paracetamol para
una enfermedad sin antídoto han declarado que era un “peligro para la salud
pública”. ¿Han examinado acaso a Blesa? ¿Han hecho algún test a la ministra?
La salud pública lleva años en
grave peligro. De extinción. De privatización. De cuervos y amiguetes prestos
al chollo estatal. El ministerio de la
ministra nos lleva inoculando el virus del recorte, del copago, de la ineptitud
extrema. Una emergencia infecciosa de nivel 4. Pero no, es más fácil, matar,
asesinar a Excalibur.
La “autoridad sanitaria” vela por
un bien público: la salud; pero su país, su sistema, sus actores de escarnio y
vergüenza, nos infectan con su incapacidad, con su ignorancia, con su insensibilidad
con los ancianos, con los niños en el fondo del umbral de la pobreza, con los
dependientes abandonados a su muerte y a su suerte.
¿Porque no se puede poner a un
perro en cuarentena? ¿Porqué es muy costoso? Pero, ese conjunto de huesos,
rabo y eterno amor, ¿no es más noble que otros perros –y perras- que andan
erguidos y creyéndose que dan ruedas de prensa?
Quizás, en el fondo, para estos
exterminadores de lo público, todos, no seamos nada más que un número, un perro
sarnoso e infectado, que duerme acurrucado en el sofá de la vida y que en un
momento determinado puede ser arrebatado de su hogar con sus húmedos ojos de
inocente, limpios de opinión.
¡Dulce Excalibur de mirada buena,
muerto en el ara de la incompetencia, perdónalos, porque no saben lo que hacen!
¡Ni nunca lo sabrán!
Todos somos Excalibur. Todos
somos perros. Y algunos, lobos.
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